La muerte del ambientalismo*
Políticas sobre calentamiento global en un
mundo post-ambientalista
Michael Shellenberger y Ted Nordhaus**
GeoTropico, 3 (1), 2005
>http://www.geotropico.org<
Traducción autorizada por Michael Shellenberger, El Cerrito, California,
para edición digital en GeoTrópico (Grupo GeoLat, Bogotá, Colombia).*** Título original: The
Death of Environmentalism, 2004. Traductores: Cecilia Calderón-Périco y
Héctor F. Rucinque.
The
English version of this article is available on
>http://www.thebreakthrough.org/images/Death_of_Environmentalism.pdf<
Resumen. Michael Shellenberger y Ted Nordhaus
hicieron público este ensayo en una reunión de
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PRÓLOGO Y LA INTRODUCCIÓN
>http://www.geotropico.org/Shellenberger_y_Nordhaus.html<
PARTE I
El ambientalismo como
interés especial
La muerte no es la mayor pérdida en la vida. La mayor pérdida es lo que
muere dentro de nosotros mientras estamos vivos.
–
Norman Cousins
Quienes éramos niños en la época del
nacimiento del movimiento ambiental moderno no tenemos idea de lo que se siente
al ganar realmente en grande.
Nuestros padres y mayores
experimentaron algo durante los 1960s y 70s, que ahora parece un sueño: la
aprobación de una serie de poderosas leyes ambientales, demasiado numerosas
para ser enumeradas, que incluyen desde
El haber experimentado tan épicas
victorias tuvo un impacto cauterizante en las mentes de los fundadores del
movimiento. Ello estableció una manera de pensar sobre el medio ambiente y las
políticas ambientales, lo cual ha perdurado hasta el presente.
Pero fue también entonces, en la
cúspide del éxito del movimiento, cuando se plantaron las semillas del fracaso.
El éxito ambiental de la comunidad generó una fuerte confianza ─ e incluso en algunos casos franca
arrogancia ─ hasta el punto de que el
solo marco de la protección ambiental se creía suficiente garantía de éxito a
nivel de políticas. La creencia de la comunidad ambiental sobre la procedencia
de su poder, o sea de definirse a sí misma como defensora “del medio ambiente”,
nos ha frustrado la posibilidad de conseguir leyes domésticas de mayor
envergadura sobre calentamiento global.
Creemos que los conceptos
fundacionales del movimiento ambiental, su método de formular propuestas
legislativas, y sus propias
instituciones, están pasados de moda. El ambientalismo actual es solo otro
interés especial. La evidencia de esto
se retrata en sus conceptos, sus propuestas y su razonamiento. Lo que hay para
destacar es la manera arbitraria como los líderes ambientales deciden qué puede
contarse como “ambiental” y qué no. La mayoría de los pensadores de avanzada,
proveedores de fondos y defensores del movimiento no cuestionan sus supuestos fundamentales
acerca de qué somos, en qué estamos comprometidos y qué es lo que deberíamos
estar haciendo.
En los días que corren, el ambientalismo es algo más
relacionado con proteger una supuesta “cosa” —“el medio ambiente”— que con
avanzar la visión global articulada por el fundador del Sierra Club, John Muir.2 Recuérdese lo que hace casi un siglo
observara él: “Cuando tratemos de individualizar cualquier cosa por sí sola, encontraremos que
está ligada con todo lo demás en el Universo”.
Pensar el medio ambiente como una “cosa” ha tenido enormes
implicaciones sobre la manera como los ambientalistas conducen sus políticas.
El tripartita marco estratégico para trazar políticas ambientales no ha
cambiado en 40 años: primero, definir un problema (por ejemplo, calentamiento
global) como “ambiental”; segundo, producir un remedio técnico (por ejemplo, la
estrategia del cap-and-trade); 3
tercero, vender la propuesta técnica a los legisladores mediante una
variedad de tácticas, tales como cabildeo, terceros aliados, informes
científicos, publicidad y relaciones públicas [RP].
Cuando inquirimos a líderes ambientales sobre cómo podríamos
acelerar nuestros esfuerzos contra el calentamiento global, la mayoría
indicaron esta o aquella táctica – más análisis, más organización de las bases,
más RP.
Pocas cosas compendian tan bien la orientación táctica de la
comunidad ambiental hacia la política como su búsqueda por mejores palabras e
imágenes para “reformular” el problema del calentamiento global. Últimamente los
consejos al respecto han incluido: a) no llame a esto “cambio climático” porque
a los americanos les guste el cambio; b) no llame esto “calentamiento global”
solo porque la palabra “calentamiento” suene agradable; c) refiérase al
calentamiento global como una “cubierta captadora de calor” para que la gente pueda entender la
cosa; d) enfoque la atención sobre soluciones tecnológicas – como bombillos de
luz fluorescente y carros híbridos.
Lo que cada una de estas recomendaciones tiene en común es la
presunción compartida de a) que el problema debe ser formulado como “ambiental”
y b) que nuestras propuestas legislativas deben ser técnicas.4
Incluso el asunto de las alianzas, que pertenece al núcleo de
la estrategia política, se trata en los círculos ambientales como cuestión
táctica – una oportunidad para captar este o aquel grupo de electores – líderes
religiosos! líderes de negocios! celebridades! jóvenes! latinos! – para emprender la pelea contra el calentamiento
global. La implicación es que si solamente estuviese involucrado el grupo X en
la lucha contra el calentamiento global, entonces las cosas realmente
empezarían a darse.
En este punto la arrogancia consiste en que los
ambientalistas preguntan no sobre qué podemos hacer por los grupos de votantes
no ambientales, sino qué pueden hacer éstos por los ambientalistas. Como
resultado, si bien el apoyo público en pro de acciones sobre el calentamiento
global es amplio, también es alarmantemente superficial.
La indiferencia del movimiento ambiental acerca de los
intereses de aliados potenciales depende de que nunca se reten las presunciones
básicas sobre lo que puede contarse o no como “ambiental”. Debido a que los problemas ambientales son
definidos de manera tan estrecha, los líderes ambientales salen también con
soluciones igualmente menguadas. Frente a la que quizás sea la mayor calamidad
de la historia moderna, los líderes ambientales están confiados en que
vendiendo soluciones técnicas como bombillas de luz fluorescente,
electrodomésticos más eficientes y carros híbridos, bastaría para sacar a
relucir la necesaria fortaleza política que derrote la alianza de ideólogos
neoconservadores e intereses industriales en Washington, D.C.
A pesar de que el
escenario total en el que juega la política ha cambiado radicalmente en los
últimos 30 años, el movimiento ambiental actúa como si las propuestas basadas
en “ciencia sana” fuesen suficientes para vencer a la oposición ideológica e
industrial. Querámoslo o no, los ambientalistas nos encontramos en una guerra
cultural. Se trata de una guerra sobre nuestros más caros valores como
americanos y sobre nuestra visión del futuro, guerra que no se ganará
suplicando por la consideración racional de nuestro proclamado interés
colectivo.
Hemos llegado a convencernos que el ambientalismo moderno,
con todos sus supuestos no cuestionados, conceptos anticuados y estrategias
exhaustas, debe desaparecer para que algo nuevo pueda vivir. Quienes le ponemos
mucha atención a los ciclos de la naturaleza estamos más allá del temor a la
muerte, que es inseparable de la vida. En palabras del Tao Ti Ching, “si no tienes temor a morir, no hay nada que no puedas lograr”.
La idea del grupo ambiental
Si queremos que nuestra civilización
sobreviva debemos romper con el hábito de reverenciar a los grandes hombres.
– Karl Popper
Una de las razones por las cuales los líderes del movimiento ambiental pueden flanquear orondos el cementerio de la política del recalentamiento global es porque la nómina y las entradas por sueldos de las grandes organizaciones ambientales han crecido enormemente en los 30 años pasados – especialmente desde la elección de George W. Bush en el 2000.
Las instituciones que definen el
sentido del ambientalismo se engalanan con grandes nóminas profesionales y reciben millonadas de
dólares cada año de fundaciones e individuos. Con tales beneficios, no
sorprende que la mayoría de los líderes ambientales no diseñen ni apoyen
propuestas que pudiesen ser etiquetadas de “no-ambientales”. Una actuación contraria
haría más que amenazar su estatus; socavaría su marca.
Los ambientalistas son
particularmente optimistas sobre el rumbo que tome la opinión pública, gracias
en gran medida a las encuestas en que ellos suelen apoyar sus propuestas. Sin
embargo, Estados Unidos es un país muchísimo más cargado a la derecha de lo que
fue hace tres décadas. El dominio de la política norteamericana por la extrema
derecha es un obstáculo central para conseguir algo importante sobre
calentamiento global. Pero casi ninguno de los ambientalistas que entrevistamos
pensó en mencionar esto.
Parte de lo que hay detrás del
desplazamiento político de Norteamérica hacia la derecha es la habilidad con la
que los depositarios de ideas,
intelectuales y líderes políticos conservadores han trabajado las
propuestas en las que descansa su poder, fijando ellos mismos los términos del
debate. Su trabajo ha dado resultados.
De acuerdo con una encuesta administrada a 1.500 americanos por Environics, una
firma de investigación de mercados, el número de quienes están de acuerdo con
la declaración “Para preservar los empleos de la gente en este país, en el
futuro debemos aceptar mayores niveles de contaminación”, aumentó del 17 por
ciento en 1996 al 26 por ciento en 2000. Y también el número de personas que
estuvieron de acuerdo con la frase “La mayoría de quienes están activamente
involucrados en grupos ambientalistas son extremistas, no gente razonable”,
saltó del 32 por ciento en 1996 al 41 por ciento en 2000.
En verdad, para la gran mayoría de
los norteamericanos el medio ambiente nunca figuró en la lista de las diez
cosas prioritarias sobre las cuales preocuparse. De veras, proteger el medio
ambiente es algo que apoya la gran mayoría – solo que no es un apoyo muy fuerte que se diga. Una vez que esto se
entienda, será mucho más fácil comprender por qué ha sido tan fácil para
intereses anti-ambientalistas arruinar 30 años de protecciones ambientales.
La crítica convencional articulada
por extraños, y por muchos de quienes proveen fondos contra el movimiento
ambiental, es que éste está demasiado dividido para poder cumplir con su
trabajo. En su nuevo libro Boiling Point [“Punto
de ebullición”], el periodista Ross Gelbspan, ganador del Premio Pulitzer,
arguye que “no obstante los ocasionales espasmos de cooperación, los grupos
ambientales principales han carecido de la voluntad de trabajar juntos
alrededor de una agenda climática unificada, aunar recursos y movilizar una
campaña común sobre clima”.
Sin embargo, algo que nos impactó en
la investigación fue el alto grado de consenso entre los líderes ambientalistas
acerca de cuáles son los problemas y cuáles las soluciones. De las entrevistas
nosotros salimos menos preocupados por las divisiones internas que acerca de la
falta de mecanismos de realimentación.
Los ingenieros compendian en un
término técnico su manera de caracterizar los sistemas que carezcan de
mecanismos de realimentación: “estúpidos”.
Como individuos, los líderes
ambientales podrán ser cualquier cosa, menos estúpidos. Muchos de ellos tienen
títulos avanzados en ciencias, ingeniería y leyes, otorgados por las mejores
universidades del país. Pero como comunidad, los ambientalistas padecen un
grave caso de ideas grupales, empezando con supuestos compartidos acerca de lo
que se entiende por “medio ambiente” – una categoría que refuerza las nociones
de (a) que el medio ambiente es una “cosa” aparte y (b) que los seres humanos
son entes superiores y no hacen parte del “mundo natural”.
Los conceptos de “naturaleza” y
“medio ambiente” han sido completamente deconstruidos. No obstante, retienen su
poder místico y debilitador dentro del movimiento ambiental y entre el público
en general. Si uno entiende que la noción de “medio ambiente” incluye los
humanos, entonces la manera como la comunidad ambientalista designa ciertos
problemas como ambientales y otros no, es totalmente arbitraria.
¿Cuál es la razón, por ejemplo, para
considerar como “ambiental” a un fenómeno de origen humano como el calentamiento global, que puede matar cientos de millones
de seres humanos en el siguiente
siglo? ¿Por qué la pobreza y la guerra no se consideran problemas ambientales,
mientras el calentamiento global si es etiquetado como tal? ¿Cuáles son las
implicaciones de formular el calentamiento global como un problema ambiental – y de descargar la
responsabilidad de su manejo en los “ambientalistas”?
Hay quienes creen que este
encasillamiento es un problema más político que conceptual. “Cuando utilizamos
la expresión ‘ambiental’ pareciera como si se implicara que el problema está
‘allá afuera’ y que necesitamos ‘arreglarlo’, dice Susan Clark, Directora
Ejecutiva de
No todo el mundo está de acuerdo.
“Necesitamos recordar que el movimiento ambiental somos nosotros, y que nuestra
tarea es proteger el medio ambiente”, afirmó Dan Becker, Director de
Calentamiento Global en el Sierra Club.
“Si nos desviamos de ahí, corremos el riesgo de perder nuestro foco, y no hay
nadie más para proteger el medio ambiente si nosotros no lo hacemos. No somos
un sindicato ni el Departamento del Trabajo. Nuestro oficio es proteger el
medio ambiente, no crear una política industrial para los Estados Unidos. Lo
cual no significa que a nosotros no nos importe que se proteja a los
trabajadores”.
La mayoría de los ambientalistas ni
siquiera piensan del “medio ambiente” como una categoría mental — lo piensan
como una “cosa” real a la cual hay que proteger y defender. Literalmente, ellos
se ven a sí mismos como representantes y defensores de esta cosa. Los ambientalistas acometen su trabajo
guiados por la idea de que estas son verdades más literales que figuradas.
Tienden más a ver el lenguaje en general como representativo que constitutivo
de la realidad. Tal modo de pensar es típico de liberales,5 que son
en esencia hijos de la ilustración, convencidos de que alcanzaron su identidad y
concepción política mediante un proceso racionalista y reflexivo. Esperan que
otros hagan lo mismo en política y siempre estarán sorprendidos y desalentados
cuando ello no es así.
El resultado de esta orientación es
una cierta literal-esclerosis 6 – la creencia de que el cambio social
solo ocurre cuando la gente habla una literal “verdad de poder”. La literal-
esclerosis puede ser vista bajo el supuesto de que para ganar acción sobre el
calentamiento global uno debe hablar acerca de ese fenómeno en vez de, digamos,
la economía, la política industrial, o la salubridad. “Si se quiere que la
gente actúe sobre calentamiento global”, enfatiza Becker, “es necesario
convencerla que la acción se necesita sobre calentamiento global y no sobre
alguna meta ulterior”.
Qué es lo que nos preocupa cuando la
preocupación es el calentamiento global
El pensar calculador computa… corre veloz de un panorama al siguiente.
Nunca para, jamás se serena. No es pensamiento meditativo, no es el modo de
pensar que contemple el sentido que reina en todo lo que hay… El pensamiento
meditativo demanda de nosotros que nos involucremos con lo que, a primera
vista, no va junto.
–
Martin Heidegger, Discurso Conmemorativo
¿Cuál es nuestra preocupación cuando
nos preocupa el calentamiento global? ¿Es acaso la crisis de refugiados que
sobrevendrá cuando se inunden las naciones caribeñas? Si ello es así, ¿no
serían nuestras tareas principales ocuparnos en construir muros de contención
marina más grandes y hacer preparativos contra el desastre?
¿Será la escasez de alimentos que
ocurrirá como consecuencia de una menor producción agrícola? En tal caso, ¿no
sería nuestra prioridad buscar el incremento de la producción alimentaria?
¿O se trata del colapso potencial de
La mayoría de los líderes ambientales
se mofarían de tal encuadramiento del problema y replicarían: “La preparación
para desastres no es un problema ambiental”. Uno de los distintivos de la
racionalidad ambiental es creer que lo que los ambientalistas buscamos son “las
causas primeras” y no “los síntomas”. ¿Cuál, entonces, es la causa del
calentamiento global?
Para la generalidad dentro de la
comunidad ambiental, la respuesta es fácil: demasiado carbono en la atmósfera.
Vistas las cosas de esa manera, la solución es lógica: se deben aprobar leyes
que reduzcan las emisiones de carbono. ¿Pero cuáles son los obstáculos para
remover el carbono de la atmósfera?
Pónganse a pensar lo que ocurriría si
los obstáculos identificados fuesen:
·
El
control radical de los derechos en todas las tres ramas del gobierno de los
EE.UU.
·
Las
políticas comerciales que socavan la protección ambiental.
·
Nuestro
fracaso para articular una visión inspiradora y positiva.
·
Superpoblación.
·
La
influencia del dinero en la política norteamericana.
·
Nuestra
incapacidad para diseñar propuestas legislativas que enmarquen el debate
alrededor de valores medulares americanos.
·
Pobreza.
·
Los
viejos supuestos acerca de qué cosa es el problema y qué no lo es.
En este caso el punto no es solo que
el calentamiento global tiene muchas causas sino también que las soluciones con
las que soñamos dependen de la manera como estructuremos el problema.
La falla de los movimientos
ambientalistas en la formulación de propuestas inspiradas y fuertes que
enfrenten el calentamiento global está directamente relacionada con la lógica reduccionista
del movimiento acerca de las causas supuestamente raigales (por ejemplo,
“demasiado carbono en las atmósfera”) de cualquier problema ambiental dado. La
dificultad consiste en que tan pronto como se identifica algo como la causa
raigal, uno tiene poca razón para buscar causas aun más profundas o conexiones
con otras causas raigales. El abogado de NRDC, David Hawkins, quien se ha
ocupado de políticas ambientales durante tres décadas, define el calentamiento
global esencialmente como un problema de “polución”, como el de la lluvia
ácida, que fue tenido en cuenta en la enmienda de
No todos están de acuerdo con que la
victoria de la lluvia ácida genere el modelo mental correcto. “Este no es un
problema que pueda solucionarse como el de la lluvia ácida”, dijo Phil Clapp,
quien fundara el Trust Nacional Ambiental a partir de bases que reconocieron la
necesidad de campañas públicas mucho más efectivas de los ambientalistas.
“La lluvia ácida concierne a un
número específico de facilidades en una industria que ya estaba regulada”,
argüía Clapp. “Para pasarlas se necesitaron justo 8 años, de
La lección les fue llevada a casa a
Clapp, Hawkins y otros líderes durante los 90 cuando los grandes grupos
ambientales y proveedores de fondos echaron todas sus cartas sobre el
calentamiento global en la mesa de Kyoto. El problema que se presentó fue no disponer
de una bien diseñada estrategia política para lograr que el Senado de los
Estados Unidos ratificara el tratado, que habría bajado las reducciones de
gases de invernadero por debajo de los niveles de 1990. La comunidad
ambientalista no solo falló en lograr la ratificación de Kyoto por el Senado,
sino que los estrategas de la industria – en hábil maniobra de judo legislativo
– se las ingeniaron para que el Senado pasara una resolución anti-Kyoto
La magnitud de esta derrota no puede
ser sobreestimada. Al salir de los años Clinton sin ley alguna para reducir las
emisiones de carbono – incluso en cantidades minúsculas – la comunidad
ambiental no tenía mayor poder o influencia de lo que tenía cuando Kyoto fue
negociado. Le preguntamos a los líderes ambientales: ¿qué salió mal?
“Nuestra promoción de los años 1990
era inadecuada en el sentido de que la escala de nuestros objetivos para
definir la victoria no estuvo calibrada con la necesidad del calentamiento global”,
respondió Hawkins. “En vez de eso, estaba definida en términos de lo que fuese
posible lograr. Nosotros criticamos la propuesta de Clinton por un programa
voluntario para implementar el acuerdo de la convención de Río [que precedió a
Kyoto], pero no mantuvimos activa una campaña pública. Reorientamos nuestra
atención a los escenarios internacionales y gastamos todo nuestro esfuerzo
tratando de actualizar los compromisos del Presidente Bush, Sr. en la
convención de Río, en vez de tratar de convertir en ley aquellos compromisos.
Hemos debido hacer ambas cosas”.
Al responder a la queja de que,
pasando 10 años sin ninguna acción sobre el calentamiento global, el movimiento
ambiental se encuentra en una posición peor a la que tendría si se hubiese
negociado un acuerdo inicial bajo Clinton, Clapp dijo: “En mirada
retrospectiva, por posicionamiento político, probablemente habríamos estado
mejor si, bajo el protocolo de Kyoto, hubiésemos aceptado los niveles de 1990
para el 2012, ya que a eso fue a lo que Bush, Sr. se comprometió en Río. Yo no
sustraigo mi responsabilidad por ese error”.
Después de la derrota de Kyoto en el
Senado, Clapp y otros concentraron su ira sobre el Vicepresidente Al Gore,
quien fuera uno de los más fuertes y elocuentes ambientalistas del país. Pero
Gore había sido testigo del asesinato de Kyoto 95–0 en el Senado y temía que la
etiqueta de “Hombre Ozono” – que se ganó por su exitosa defensa del Protocolo
de Montreal para proscribir los CFC destructores de ozono – pudiesen dañar su campaña
presidencial del 2000.
Las pullas ambientales sobre Al Gore
culminaron en un artículo del 26 de abril de 1999 en la revista Time, titulado: “Es Al Gore un héroe o
un traidor?” En ese escrito el reportero de Time
relata una reunión donde líderes ambientales insistían en que Gore hiciese más
que el desmonte gradual de las viejas y sucias termoeléctricas de carbón. Gore
replicó que “Perdiendo el tiempo con propuestas imprácticas, enteramente fuera
de tono con lo que es viable, no necesariamente sacarán avante su causa”.
La campaña pública contra Gore
produjo titulares en la prensa pero ni inspiró mayores actitudes de tomar
riesgos por los políticos, ni
envalentonaron al Vicepresidente. En vez de eso, el autor de Earth in the Balance [“
Quizás la más grande tragedia de los
1990, en últimas, fue que la comunidad ambiental continuó con su incapacidad de
construir una visión inspiradora, mucho menos una propuesta legislativa, que
hubiesen podido mover a su favor la mayoría de la opinión pública.
Cada quien pierde con la eficiencia de los combustibles
Gran duda: gran despertar.
Pequeña duda: despertar pequeño.
Ninguna duda: ningún despertar.
–
Zen Koan
A finales de los 90 los
ambientalistas no solo fueron incapaces de ganar un acuerdo legislativo sobre el
carbono, sino que también dejaron escurrir entre los dedos un trato sobre
estándares más altos de eficiencia de combustibles en los vehículos.
Desde los 1970, los ambientalistas
habían definido el problema de la dependencia del petróleo como una consecuencia
de inadecuados estándares de eficiencia en el uso de los combustibles. Su
estrategia ha consistido en tratar de dar mayor poder a los sindicatos de la
industria y de los trabajadores en términos ambientales y de seguridad
nacional. El resultado ha sido una falla masiva: en los pasados 20 años, en
tanto las tecnologías del automóvil han mejorado exponencialmente, en conjunto las tasas de kilometraje/consumo
de combustible han bajado, en vez de
subir.
Pocos se andan con rodeos al discutir
este hecho. “Si lo que se pregunta es si hemos hecho algo para enfrentar el
problema desde 1985, la respuesta es no”, dijo Bob Nordhaus, un abogado de Washington, D.C., que actuó como
Consultor General del Departamento de Energía bajo el Presidente Clinton y
quien ayudó a diseñar la legislación de
La primera enmienda de CAFE en 1975
se agarró de la fruta más a la mano en términos de eficiencia, para fijar en su
lugar estándares que los expertos consideraron eran más fáciles de alcanzar por
la industria que aquellos que los ambientalistas están solicitando ahora. El
UAW [United Auto Workers, es decir, el sindicato de Trabajadores Unidos de
“CAFE [en 1975] fue respaldada por
UAW y [el Representante Demócrata de Michigan John] Dingell”, dijo Shelly
Fiddler, quien fuera Jefe del Equipo del ex Representante Phil Sharp, quien a
su vez fue autor de la enmienda CAFE antes de convertirse en Jefe del Consejo
sobre Calidad Ambiental de
Gracias a las acciones emprendidas por
los fabricantes norteamericanos de autos y a la inacción de los grupos
ambientales de Estados Unidos, las ganancias en eficiencia de CAFE se desplomaron a mediados de los 1980. No
está muy claro quién causó mayor daño a CAFE, si la industria automotriz, UAW o
el movimiento ambiental.
Luego de comprometer 59 votos en 1990
– uno menos de los necesarios para parar una acción obstruccionista – el
Senador Richard Bryan estuvo a punto de pasar legislación orientada a elevar
los estándares de la economía de combustibles. Pero al año siguiente, cuando
Bryan tenía todas las de ganar para conseguir los 60 votos que necesitaba, el
movimiento ambiental llegó a un trato con los fabricantes de automotores. A
cambio de la oposición de las automotrices a la perforación petrolera en el
Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico, los ambientalistas aceptaron
retirar el apoyo al proyecto de ley de Bryan. “De todos los opositores
posibles, habrían de ser los ambientalistas quines lo hundieran”, anota con
amargura Keith Bradsher, reportero del New
York Times a cargo de temas relacionados con la industria automotriz.7
Trágicamente, si Bryan y los
ambientalistas hubiesen tenido éxito en 1991, ellos habrían disminuido
dramáticamente la proliferación de los SUV en la década siguiente y reducido la
presión sobre el Refugio – un pedazo de tierras silvestres que los Republicanos
utilizaron otra vez para abofetear los ambientalistas bajo el Presidente George
W. Bush. El fracaso de la comunidad ambiental en 1991 se agravó por el hecho de
que el proyecto legal de Bryan “contribuyó a asustar a los fabricantes de autos
japoneses para producir modelos más grandes”, un cambio que en últimas
disminuyó el poder tanto de
“¿Dónde estaba el movimiento ambiental?”
pregunta Bradsher en su maravillosa historia de los SUV, High and Mighty [“Alto y poderoso”]. “A medida que empezó a tomar
forma una transformación lenta y constante de las carreteras americanas, el
movimiento ambiental se mantuvo silencioso todo el tiempo sobre los SUV hasta
mediados de los 1990, y no hizo mayor cosa para introducir cambios en las
regulaciones de los SUV hasta
Finalmente, en el 2002 los Senadores
John Kerry y John McCain saltaron a la palestra con otro intento para elevar los
estándares de CAFE. Esta vez también los ambientalistas fueron incapaces de
negociar un trato con UAW. El resultado fue que el proyecto de ley perdió por
un margen mucho mayor que el registrado en 1990. El Senado votó 62-38 para
hundirlo.
Así las cosas, incluso desde la
perspectiva del más joven e inexperto asistente de Capitol Hill, el poder
político de los grupos ambientales estaba más bajo que nunca.
Los voceros ambientales trataron de
hacer aparecer sus pérdidas de 2002 como una victoria, arguyendo que aquéllas
les generaban un buen momento hacia el futuro. Pero privadamente casi todos los
líderes ambientales que entrevistamos nos dijeron que CAFE – en su encarnación
de 2002 – estaba muerta.
Dados los 10 años iniciales exitosos
de CAFE, desde mediados de los 1970 hasta mediados de los 1980, es comprensible
que los ambientalistas considerasen a CAFE como una buena herramienta técnica para reducir nuestra dependencia del
petróleo y para rebajar las emisiones de carbono. Infortunadamente, las mejores
soluciones técnicas no siempre son la mejor política. Los Senadores no votan de
acuerdo con las especificaciones técnicas de una propuesta. Ellos toman sus
decisiones con base en una variedad de factores, especialmente a partir del
modo como se formula la propuesta y la oposición a la misma. Y no hay
suficiente cantidad de relaciones públicas que ayuden una propuesta malamente
formulada.
Bradsher va al punto cuando arguye
que “Los ambientalistas y sus aliados del Congreso han desperdiciado su tiempo
desde los días del proyecto de ley de Bryan, al traer reiteradamente
legislación ambiciosa a los recintos de
A la luz de esta cadena de desastres
legislativos sería de esperar que los líderes ambientales hubiesen reevaluado
sus supuestos y diseñado una nueva propuesta.8 En vez de eso, durante los últimos dos años, el
movimiento ambiental solo ha acometido un juicio táctico para atraer nuevos
aliados, sean ellos los que sean, desde líderes religiosos hasta celebridades
de Hollywood, buscando reforzar la noción de que CAFE es la única ruta para
liberarnos de la dependencia del petróleo extranjero.
Hoy, la percepción convencional es
que la industria automotriz y UAW “ganaron” la contienda con CAFE. Tal lógica
no implica otra cosa que suponer a los ejecutivos de la industria como
representantes de lo mejor para los accionistas, que los ejecutivos sindicales
representan lo mejor para los trabajadores, y que los ambientalistas
representan lo que es mejor para el medio ambiente. Todas estas presunciones
merecen ser cuestionadas. La industria automotriz norteamericana se encuentra
hoy en un estado de colapso gradual. Los fabricantes de autos japoneses se
hallan mordiendo una buena parte del mercado americano con vehículos más
limpios, más eficientes y en definitiva mejores.
Y las compañías americanas están trazando planes para mover sus plantas al
exterior. Ninguno de los así llamados intereses especiales están representando
especialmente bien los intereses de sus afiliados.
No hay mejor ejemplo que CAFE para
mostrar cómo las categorías ambientales sabotean las políticas ambientales.
Cuando aquélla fue creada en 1975, se diseñó como una estrategia para salvar la
industria automotriz americana, no para salvar el medio ambiente. Para entonces
tal era la fórmula correcta, y en adelante esa ha seguido siendo la fórmula
correcta. Sin embargo, el movimiento
ambiental, en toda su literal esclerosis, no solo sintió la necesidad de
etiquetar a CAFE como una “propuesta ambiental”, sino que falló en encontrar
una solución que funcionara también para la industria y para el trabajo.
Al pensar solo en sus intereses
propios, estrechamente definidos, los grupos ambientales no se involucran con
las necesidades de los sindicatos y la industria por igual. La consecuencia es
la pérdida de oportunidades notables para construir alianzas. Considérese el
hecho de que la más grave amenaza para la industria automotriz americana
pareciera tener nada que ver con “el medio ambiente”. El alto costo de salud
para sus empleados jubilados representa un gran componente de lo que hiere la
competitividad de las compañías americanas.
“
Debido a que Japón cuenta con un
servicio nacional de salud, sus compañías automotrices no se ven atascadas con las cuentas de sus
jubilados. No obstante, si a alguien le diera por proponer que los grupos
ambientales debieran tener alguna estrategia para bajar los costos de salud de
la industria automotriz, quizás a cambio de estándares de kilometraje más
altos, de seguro sería expulsado con burlas del salón, o reconvenido por sus
colegas porque “el servicio de salud no es un asunto ambiental”.
La desventaja del costo de salud para
los productores norteamericanos es una amenaza que no se superará con
incentivos tributarios por inversión de capital en nuevas fábricas, o con descuentos por híbridos para el consumidor.
El problema no es tan solo que los créditos por impuestos y los descuentos no
logren lo que se necesita que hagan, cual es salvar la industria automotriz
americana ayudándola a fabricar carros mejores y más eficientes. El problema
también es que estas políticas, sobre las cuales la comunidad ambiental apenas
estuvo de acuerdo tras más de dos décadas de fracasos, han sido metidas en la
vieja propuesta de CAFÉ, a la manera como se atiborra de adobos un pavo.
Los ambientalistas – incluido el
candidato presidencial John Kerry, cuya plataforma incluía aliños adicionales
para el pavo – lo mismo que los líderes industriales y laborales, aun tienen
que repensar sus hipótesis acerca del futuro de la industria automotriz norteamericana
en términos que hagan posible un replanteamiento de sus propuestas. Algunos
“realistas” ambientales arguyen que la muerte de la industria automotriz – y la
pérdida de cientos de miles de empleos sindicalizados de alto salario – no es
necesariamente algo malo para el medio ambiente, si tal cosa significa una
mayor tajada del mercado para los mucho más eficientes vehículos japoneses.
Para otros, salvar la industria automotriz es crucial para mantener la clase
media del Medio Oeste norteamericano.
“A mí no me gusta sobornar a todo el
mundo por la buena conducta, pero no está mal ayudar los sindicatos”, dice Hal
Harvey. “Necesitamos empleos en este país. Los miembros de los sindicatos son
votantes indecisos en un gran número de estados. Y un salario soportable es
éticamente importante”.
Como ocurre con Harvey, la mayoría de
los líderes ambientales son progresistas que por principio apoyan el movimiento
sindicalista. Y si bien muchos se han enfrentado con líderes laborales sobre
cómo resolver el atolladero de CAFE, el movimiento ambiental no está muy seguro
sobre la proposición de que el reconstruir una industria automotriz americana y
un movimiento sindical más fuertes puedan ser las estrategias esenciales para
luchar contra el calentamiento global. Más que eso, como en todo lo demás que
no sea visto como explícitamente “ambiental”, el futuro del movimiento de los
sindicatos se trata como una consideración más táctica que estratégica.
La reciente decisión de California,
de requerir reducciones en las emisiones de gases de invernadero por los
vehículos durante los próximos 11 años, fue ampliamente reportada como una
victoria de los esfuerzos ambientales contra el calentamiento global. En
efecto, el que después de dos décadas de fracasos para revertir la gradual
declinación de la eficiencia del consumo de combustible, aquella decisión es un
signo de nuestra debilidad, no de fortaleza. Por muy buenas razones, los
fabricantes de autos están confiados en que podrán derrotar la ley californiana
en las cortes. Si no lo logran, existe el peligro real que la industria pueda
persuadir al Congreso de revocar el derecho especial de California para regular
la polución bajo
La eficiencia promedio en el uso de
combustibles, con cobertura total de los usuarios, es hoy idéntica a la de
1980, según
Poco antes de su muerte, David Brower
trató de pensar más creativamente acerca de soluciones con mayores
posibilidades de éxito. A menudo él hablaba de la necesidad que tenía la
comunidad ambiental de invertir más energía en cambiar el código tributario,
punto enfatizado por Keith Bradsher en High
and Mighty. “Los ambientalistas han sido notables por no preocuparse por la
legislación tributaria, y no le prestaron mayor atención a cosas como la
depreciación y las provisiones de impuesto al lujo de los camiones ligeros de
mayor tamaño. Más lamentable todavía, los grupos ambientales ignoraron los SUV en la batalla de 1990 sobre el
proyecto de ley de Bryan, e incluso se desentendieron de las troneras de
polución aérea abiertas a los camiones ligeros en la legislación de aire puro
de
Pero hay dentro de la comunidad
ambiental quienes tratan de aprender de los fracasos de los pasados 25 años y piensan
de manera diferente acerca del problema. Jason Mark, de
En últimas, todos por igual son
responsables de haber fallado en diseñar un trato que intercambie una mayor
eficiencia por créditos tributarios federales orientados a favor de I&D.
Una consecuencia de las políticas públicas del Japón que subvencionan a I&D
con créditos tributarios, sugiere Mark, es que las fábricas japonesas de autos
son manejadas por ingenieros con mentalidad innovadora, mientras a sus
equivalentes americanas las manejan contabilistas obtusos. De acuerdo con
Pavley, para inspirar un trato de ganar-ganar-ganar para la industria, los
ambientalistas y UAW, todos a una, estos tres intereses necesitarán empezar a
pensar por fuera de sus cánones conceptuales tradicionales.
Ganar mientras se pierde vs. Perder mientras se pierde
El fracaso es una oportunidad.
– Tao Ti Ching
En política, una derrota legislativa
puede ser asumida como un triunfo, o como una pérdida. Un fracaso
legislativo se puede considerar un triunfo si con él se incrementa el
poder, la energía y la influencia del movimiento en el largo plazo. Tómese como
ejemplo el caso del esfuerzo exitoso del derecho religioso para proscribir la
práctica parcial de abortos. La propuesta solo logró pasar después de varios
intentos fallidos. Comoquiera que la propuesta se ancló alrededor de valores
esenciales y no en especificaciones de políticas técnicas, los fracasos
iniciales para la proscripción de la práctica parcial del aborto allanaron el
camino para una eventual victoria.
Los fracasos consecutivos de Río, Kyoto, CAFE y McCain-Lieberman no se
fraguaron de manera que incrementaran el poder de la comunidad ambiental a
través de derrotas sucesivas. Ello ocurrió así porque cuando las propuestas
fueron diseñadas, a los ambientalistas no se les ocurrió sopesar lo que se
podría sacar como ventaja de cada derrota. Entonces solo estábamos pensando en
lo obtendríamos si las propuestas tenían éxito. Tal es el tipo de mentalidad
que se debe desechar si hemos de diseñar propuestas que generen el poder que
necesitamos para triunfar en el nivel legislativo.
Si hay algo en lo que todos estén de
acuerdo, desde los Fideicomisos de Caridad Congregasional [Pew Charitable
Trusts] hasta
Sobre esto concuerda Greg Wetstone de
Luego del voto del Senado contra
McCain-Lieberman 55 por 43 en octubre de 2003, Kevin Curtis, del Fideicomiso Ambiental
Nacional [Nacional Environmental Trust], habló para la comunidad cuando declaró
al Grist Magazine que “Es un
comienzo. Ahora esto puede parecer una derrota, pero en últimas es una
victoria. Un proyecto de ley que logra por lo menos 40 votos tiene una franca posibilidad de pasar si es presentado
de nuevo”.
No todo el mundo está de acuerdo con
que McCain-Lieberman esté ayudando a la comunidad ambiental. Shelley Fiddler
manifestó que “para cualquiera es completamente espurio decir que esta pérdida
es una victoria”.
Sin importar que los Senadores McCain
y Lieberman hayan lavado las capas de carbono para ganar más votos, es poco
claro que los ambientalistas puedan reunir la fuerza suficiente para pasar en
el Congreso
Los cálculos políticos que ahora
hacen los ambientalistas tratan de determinar cómo la táctica de subsidios por embargo para carbón mineral y
carbono limpios puedan ganarle a las industrias eléctricas y del carbón, y
también al sindicato de Trabajadores Mineros Unidos. Mientras creemos que la
situación en China y otros países en desarrollo clama por inversiones en
tecnologías de carbón más limpias y en embargos, otra vez es un signo
perturbador que los ambientalistas se encuentren empezando la casa por el
tejado, anteponiendo las políticas técnicas a la visión y a los valores. Las
inversiones en carbón más limpio deben enmarcarse como parte de una visión
comprensiva para crear empleo en las industrias energéticas del futuro, no
simplemente como un acondicionamiento técnico.
En cierta manera el proyecto
McCain-Lieberman ofrece el peor de todos los escenarios. No es solo que falle
en inspirar una visión apremiante que pueda cambiar el debate e incrementar el
poder político de los ambientalistas; es también una frustración en términos de
políticas. “Incluso si McCain-Lieberman fuese aprobado, no haría ni remotamente
mayor bien”, dijo un bien conocido abogado energético de Washington. “Es una
reducción menor en carbono. Si se piensa en lo que se está necesitando, cual es
estabilizar las emisiones, McCain-Lieberman no iría a hacer mayor mella. Se
necesitan reducciones de
Pasar el proyecto McCain-Lieberman
requerirá algo más que atraer a los oponentes de la industria, o flanquearlos
como sea. Requerirá igualmente derrotar a
los astutos estrategas opositores de nuevo cuño que han convertido con
éxito las regulaciones sobre emisiones de carbono en la bête noire del movimiento conservador.
Pero si los prospectos para actuar
políticamente sobre calentamiento global aparecen intimidadores en los EE.UU.,
ni mirar siquiera se puede hacia China para reconfortarnos: el país de los
1.200 millones de habitantes, con un crecimiento del 20 por ciento por año,
apunta a cuadruplicar el tamaño de su economía en 30 años y generar 300
gigavatios de electricidad en plantas de
carbón sucio – cerca de la mitad de lo que consume Estados Unidos cada año.
El reto para los ambientalistas en
EE.UU. no es solo lograr que se reacondicione dramáticamente la estrategia
energética, sino también que se ayude a hacer lo propio a países en desarrollo
como China, India, Rusia y Sudáfrica. Eso quiere decir que los grupos
ambientales deberán abogar por políticas concretas, como la transferencia de
tecnología, tratados comerciales éticos y campañas conjuntas en las que todos
ganen. La amenaza del carbón de China y de otros países en desarrollo trae el
punto clave a casa: para enfrentar el calentamiento global se necesitarán una serie
de políticas importantes, como las políticas industriales o las comerciales,
tradicionalmente no definidas como “ambientales”.
El interrogante que hay que dirigir a
propuestas como la de McCain-Lieberman es este: ¿su continuada derrota – o su
eventual aprobación – nos proporcionará el necesario momento para presentar y
hacer aprobar un conjunto de propuestas que reconfiguren la economía energética
global? ¿En caso contrario, con qué se lograría esto?
Ambientalismo, como si la política no importara
Con el sentimiento público, nada puede fallar; sin éste, nada puede tener
éxito. En consecuencia, más profundo es quien moldea el sentimiento público que
aquel que crea estatutos o pronuncia decisiones.
– Abraham Lincoln
Ross Gelbspan captó el sentimiento
pragmático que anima a la mayoría de los ambientalistas cuando nos dijo que “yo
veo a McCain-Lieberman parecido a Kyoto: ineficaz pero tremendamente importante
e indispensable para llegar a un mecanismo que regule el carbono”.
Cuando le dijimos a él que Eric
Heitz, director ejecutivo de Energy Foundation [Fundación Energética], había
predicho que Estados Unidos tendría un “serio régimen federal del carbono en
cinco años”, Gelbspan replicó: “Esto no se puede demorar ni siquiera un par de
años. El clima está cambiando muy rápido. Tenemos que empezar más pronto”.
En Boiling Point, Gelbspan acusa a los líderes ambientales de “ser
demasiado tímidos para prender las alarmas sobre una amenaza climática tan
espeluznante” y por conformarse por tan poco. “Consideren la crítica cuestión
de la estabilización del clima – el nivel sobre el cual el mundo acuerde poner
un tope al acumulado progresivo de concentraciones de carbono en la atmósfera”,
escribe Gelbspan. “Los grupos ambientales nacionales más importantes que
concentran su atención en el clima – grupos como el Consejo para
Durante la entrevista, Gelbspan nos
dijo que el fracaso de los ambientalistas para lograr más “se debe a que ellos
operan en Washington y aceptan el progreso por incremento. Si logran obtener
dos millas más en un estándar de CAFE, para ellos tal cosa será un enorme
logro. Pero en comparación con la necesidad de cortar las emisiones en 70 u 80
por ciento, aquello no es nada. Su temor es que los marginen por pedir
reducciones más drásticas. Ellos están tomando la ruta más cómoda, sin importar
que los científicos estén sonando las alarmas y diciendo que ya es demasiado
tarde para evitar perturbaciones significativas”.
La alternativa que Gelbspan respalda
es la propuesta desafortunadamente llamada “WEMP” – el World Energy Modernization Plan [Plan Mundial de Modernización de
Intrigados por tan gran visión, le
preguntamos sobre la estrategia política para que WEMP pueda pasar.
“No es nada del otro mundo”,
respondió. “Hay que sustraer el dinero de la política. Si usted hizo tal cosa,
no habrá problema. No veo otra respuesta que una real reforma a las finanzas de
las campañas. Sé que tal cosa suena improbable, pero la alternativa es cambio
climático masivo”.
Entonces le preguntamos: “¿Nos está
diciendo usted que tenemos que hacer una reforma a las finanzas de campaña
antes de que consigamos acciones sobre el calentamiento global?” En este punto
Gelbspan se echó atrás. “No se cuál sea la respuesta para eso. Realmente no lo
se”.
Lo que es tan atrayente acerca de Boiling Point es la opinión tan directa
de Gelbspan cuando se trata de la magnitud de la crisis: tan pronto como sea
posible debemos cortar las emisiones de carbono en un 70 por ciento, o el mundo
que conocemos habrá llegado a su fin. Gelbspan se erige a sí mismo en su libro
como una suerte de Paul Revere tratando de despertar legiones de dormilones
ambientalistas. Con todo, ninguno de los líderes ambientales que entrevistamos
expresaron denegación alguna sobre lo que enfrentamos. Por el contrario, todos
creen que la situación es urgente y que se deben tomar grandes pasos –
eventualmente por lo menos. El punto que ellos quieren destacar es que uno debe
gatear antes de caminar, y caminar antes de correr.
Lo que es frustrante en Boiling Point y en muchos otros libros ambientales
visionarios – desde Natural Capitalism
de Paul Hawken y Amory y Hunter Lovins, pasando por Plan B de Lester Brown, hasta The
End of Oil por Paul Roberts – es el modo como los autores apoyan las
soluciones de políticas técnicas, como si la política – la política – no importara. ¿A
quién le importa que un impuesto al
carbono, o un consorcio de cielos, o un sistema de corte-y-negocio, sean el más
simple y elegante mecanismo de políticas para aumentar la demanda de fuentes
limpias de energía si es un perdedor
político?
La orientación hacia políticas
técnicas del movimiento ambiental ha creado un tipo de miopía: todo el mundo
está en la búsqueda de réditos políticos en el corto plazo. No pudimos
encontrar a alguien que esté diseñando propuestas políticas que, por medio de
la visión alternativa y los valores que éstas introduzcan, provean hacia
delante el contexto para victorias electorales y legislativas. De los líderes
ambientales que entrevistamos, casi todos estaban concentrados en el trabajo de
políticas a plazo corto, no en estrategias de mayor trascendencia.
Las propuestas políticas que por su
propia naturaleza se apuntan a un golpe de mayor alcance llevan a conflictos
políticos y controversia, en términos que promueven la visión transformista y
los valores del movimiento ambiental. Pero dentro del movimiento ambiental
muchos están incómodos con solo imaginar sus propuestas dentro de un contexto
político transformador. Cuando
inquirimos con Hal Harvey sobre cómo elaboraría él sus propuestas energéticas
de modo que la resultante controversia política se transformara en poder para
que los ambientalistas ayudasen a aprobar la legislación, Harvey replicó: “No
estoy seguro de desear mucha controversia en estos paquetes legislativos. Lo
que quiero es asombro”.
Notas
1 SUV, es el acrónimo en inglés de “sport utility vehicle”, que se
aplica a los camiones convertidos en coches de lujo, una de cuyas
particularidades es el excesivo consumo de combustible, e.g. el Ford Explorer o
el Lincoln Navigator [N. de trad.].
2 El Sierra Club, fundado en 1892 por John Muir, es la organización ambiental más grande de los Estados Unidos, con alrededor de 750.000 afiliados [N. de trad.].
3 La
estrategia del “cap and trade”
intenta reducir las emisiones de gases, permitiendo a quienes no utilizan todos
los “créditos” otorgados a ellos por emisiones que los vendan a contaminadores
incapaces de mantener sus propias emisiones por debajo de los límites
estipulados. Esto es lo que se estableció para reducir la lluvia ácida desde la
aprobación de
4 El
término “fraguando” [“framing”] –
antes asociado con tales actividades como “fraguando la constitución” o
“legislación “fraguada” – lo utilizan ahora los ambientalistas y otros
progresistas como palabra de tinte más sofisticado equivalente a “hilando” [“spinning”]. El trabajo del lingüista
George Lakoff relacionado con la manera como los conservadores fraguan más
efectivamente los debates públicos que los liberales se está malentendiendo muy
mal. Lakoff arguye que los progresistas necesitan reconformar su manera de
pensar sobre el problema y sus soluciones. Lo que la mayor parte de los
miembros de la comunidad están diciendo es que simplemente necesitamos utilizar
diferentes palabras para describir los mismos viejos problemas y soluciones. La
clave para aplicar el análisis de Lakoff es ver en conjunto la visión, los
valores y la política como extensiones del lenguaje.
5 El
término “liberal” tiene connotación muy diferente en Estados
Unidos a como se entiende en América Latina y otras partes del mundo. Un
“liberal” latinoamericano es el afiliado a un partido de ideología democrática
decimonónica, cada vez más de centro, muy alejado de las actitudes
izquierdistas, por no decir radicales, de un “liberal” de Chicago, Boston, o
San Francisco. El clásico panorama político de muchos países latinos dividido
principalmente entre conservadores y liberales, puede equipararse, mejor, con
la dualidad norteamericana de republicanos y demócratas, en ese orden [N. de
trad.].
6 Este
término apropiado lo acuñó un oficial del programa Packard.
7 Keith
Bradsher, High and mighty [“Alto y
poderoso”], Perseus: New York, 2002. Bradsher cita también el libro del
historiador Jack Doyle, Taken for a ride:
Detroit big three and the politics of
pollution [“Llevados de paseo: Los tres grandes de Detroit y las
políticas contra la contaminación”] (Nueva York: 2001).
8 Lo mismo
que muchos otros observadores, Bradsher ha lastimado la comunidad ambiental al
hacer prácticamente nada para avanzar de la preocupación sobre los SUVs, a algo
a lo que el público presta más atención que a la eficiencia: la seguridad. Los
ambientalistas nunca adelantaron una campaña seria contra los SUV con base en
los miles de muertos americanos que hoy seguirían vivos si la industria hubiese
producido carros en vez de SUVs. Aparentemente, en las mentes de los los
líderes de la comunidad, la seguridad “no es una cuestión ambiental”.
9 Septiembre
16, 2004.
10 Página
77.
11 WEMP
suena en inglés como la palabra “wimp”,
que es sinónimo del término “weakling”,
equivalente en español a “debilucho”, “canijo”... [N. de trad.].
*Abstract. This essay by
Michael Shellenberger and Ted Nordhaus was released at an October 2004 meeting
of the Environmental Grantmakers Association, and it's been ruffling feathers
ever since. The strong controversy provoked since its publication is placing
the essay as a new benchmark in the long list of documents related to the
world’s environmental crisis.
** Los Autores
[Ver nota sobre autores al
final de
*** El permiso de traducción al español y publicación electrónica se concedió
extensivo a
The English version of this article is available on
>www.thebreakthrough.org/images/Death_of_Environmentalism.pdf<
as well as on
>www.grist.org/news/maindish/2005/01/13/doe-reprint/<
© Copyright 2004 by Michael Shellenberger and Ted
Nordhaus
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CONTENIDO DE ESTE NÚMERO DE
GEOTROPICO
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