La muerte del ambientalismo*

 

Políticas sobre calentamiento global en un mundo post-ambientalista

 

 

 

Michael Shellenberger y Ted Nordhaus**

 

 

 

GeoTropico, 3 (1), 2005

>http://www.geotropico.org<

 

 

 

Traducción autorizada por Michael Shellenberger, El Cerrito, California, para edición digital en GeoTrópico (Grupo GeoLat, Bogotá, Colombia).*** Título original: The Death of Environmentalism, 2004. Traductores: Cecilia Calderón-Périco y Héctor F. Rucinque.

 

 

 

The English version of this article is available on

>http://www.thebreakthrough.org/images/Death_of_Environmentalism.pdf<

 

 

 

Resumen. Michael Shellenberger y Ted Nordhaus hicieron público este ensayo en una reunión de la Environmental Grantmakers Association, en octubre 2004. Desde entonces, han suscitado una controversia de tal magnitud que convierten el  ensayo en un hito más de los temas relacionados con el manejo ambiental del mundo. La traducción al español fue autorizada por los autores a Héctor F. Rucinque, con la provisión de publicarla para acceso abierto en GeoTrópico y Geografía en Español, revista y portal,  respectivamente, del Grupo GeoLat (Bogotá) y la Universidad de Córdoba (Montería, Colombia).

 

 

PARA VOLVER AL PRÓLOGO Y LA INTRODUCCIÓN

>http://www.geotropico.org/Shellenberger_y_Nordhaus.html<

 

 

 

 

 

PARTE I

 

 

 

El ambientalismo como interés especial

 

 

 

La muerte no es la mayor pérdida en la vida. La mayor pérdida es lo que muere dentro de nosotros mientras estamos vivos.

 

  Norman Cousins

 

 

Quienes éramos niños en la época del nacimiento del movimiento ambiental moderno no tenemos idea de lo que se siente al ganar realmente en grande.

 

Nuestros padres y mayores experimentaron algo durante los 1960s y 70s, que ahora parece un sueño: la aprobación de una serie de poderosas leyes ambientales, demasiado numerosas para ser enumeradas, que incluyen desde la Ley sobre Especies en Riesgo, pasando por las Leyes sobre Aire Limpio y Agua Pura, hasta la Ley de Política Ambiental Nacional.

 

El haber experimentado tan épicas victorias tuvo un impacto cauterizante en las mentes de los fundadores del movimiento. Ello estableció una manera de pensar sobre el medio ambiente y las políticas ambientales, lo cual ha perdurado hasta el presente.

 

Pero fue también entonces, en la cúspide del éxito del movimiento, cuando se plantaron las semillas del fracaso. El éxito ambiental de la comunidad generó una fuerte confianza e incluso en algunos casos franca arrogancia hasta el punto de que el solo marco de la protección ambiental se creía suficiente garantía de éxito a nivel de políticas. La creencia de la comunidad ambiental sobre la procedencia de su poder, o sea de definirse a sí misma como defensora “del medio ambiente”, nos ha frustrado la posibilidad de conseguir leyes domésticas de mayor envergadura sobre calentamiento global.

 

Creemos que los conceptos fundacionales del movimiento ambiental, su método de formular propuestas legislativas, y sus propias instituciones, están pasados de moda. El ambientalismo actual es solo otro interés especial.  La evidencia de esto se retrata en sus conceptos, sus propuestas y su razonamiento. Lo que hay para destacar es la manera arbitraria como los líderes ambientales deciden qué puede contarse como “ambiental” y qué no. La mayoría de los pensadores de avanzada, proveedores de fondos y defensores del movimiento no cuestionan sus supuestos fundamentales acerca de qué somos, en qué estamos comprometidos y qué es lo que deberíamos estar haciendo.

 

En los días que corren, el ambientalismo es algo más relacionado con proteger una supuesta “cosa” —“el medio ambiente”— que con avanzar la visión global articulada por el fundador del Sierra Club, John Muir.2  Recuérdese lo que hace casi un siglo observara él: “Cuando tratemos de individualizar  cualquier cosa por sí sola, encontraremos que está ligada con todo lo demás en el Universo”. 

 

Pensar el medio ambiente como una “cosa” ha tenido enormes implicaciones sobre la manera como los ambientalistas conducen sus políticas. El tripartita marco estratégico para trazar políticas ambientales no ha cambiado en 40 años: primero, definir un problema (por ejemplo, calentamiento global) como “ambiental”; segundo, producir un remedio técnico (por ejemplo, la estrategia del cap-and-trade); 3  tercero, vender la propuesta técnica a los legisladores mediante una variedad de tácticas, tales como cabildeo, terceros aliados, informes científicos, publicidad y relaciones públicas [RP].

 

Cuando inquirimos a líderes ambientales sobre cómo podríamos acelerar nuestros esfuerzos contra el calentamiento global, la mayoría indicaron esta o aquella táctica – más análisis, más organización de las bases, más RP.

 

Pocas cosas compendian tan bien la orientación táctica de la comunidad ambiental hacia la política como su búsqueda por mejores palabras e imágenes para “reformular” el problema del calentamiento global. Últimamente los consejos al respecto han incluido: a) no llame a esto “cambio climático” porque a los americanos les guste el cambio; b) no llame esto “calentamiento global” solo porque la palabra “calentamiento” suene agradable; c) refiérase al calentamiento global como una “cubierta captadora  de calor” para que la gente pueda entender la cosa; d) enfoque la atención sobre soluciones tecnológicas – como bombillos de luz fluorescente y carros híbridos.

 

Lo que cada una de estas recomendaciones tiene en común es la presunción compartida de a) que el problema debe ser formulado como “ambiental” y b) que nuestras propuestas legislativas deben ser técnicas.4

 

Incluso el asunto de las alianzas, que pertenece al núcleo de la estrategia política, se trata en los círculos ambientales como cuestión táctica – una oportunidad para captar este o aquel grupo de electores – líderes religiosos! líderes de negocios! celebridades! jóvenes! latinos! –  para emprender la pelea contra el calentamiento global. La implicación es que si solamente estuviese involucrado el grupo X en la lucha contra el calentamiento global, entonces las cosas realmente empezarían a darse.

 

En este punto la arrogancia consiste en que los ambientalistas preguntan no sobre qué podemos hacer por los grupos de votantes no ambientales, sino qué pueden hacer éstos por los ambientalistas. Como resultado, si bien el apoyo público en pro de acciones sobre el calentamiento global es amplio, también es alarmantemente superficial.

 

La indiferencia del movimiento ambiental acerca de los intereses de aliados potenciales depende de que nunca se reten las presunciones básicas sobre lo que puede contarse o no como “ambiental”.   Debido a que los problemas ambientales son definidos de manera tan estrecha, los líderes ambientales salen también con soluciones igualmente menguadas. Frente a la que quizás sea la mayor calamidad de la historia moderna, los líderes ambientales están confiados en que vendiendo soluciones técnicas como bombillas de luz fluorescente, electrodomésticos más eficientes y carros híbridos, bastaría para sacar a relucir la necesaria fortaleza política que derrote la alianza de ideólogos neoconservadores e intereses industriales en Washington, D.C.

 

 A pesar de que el escenario total en el que juega la política ha cambiado radicalmente en los últimos 30 años, el movimiento ambiental actúa como si las propuestas basadas en “ciencia sana” fuesen suficientes para vencer a la oposición ideológica e industrial. Querámoslo o no, los ambientalistas nos encontramos en una guerra cultural. Se trata de una guerra sobre nuestros más caros valores como americanos y sobre nuestra visión del futuro, guerra que no se ganará suplicando por la consideración racional de nuestro proclamado interés colectivo.

 

Hemos llegado a convencernos que el ambientalismo moderno, con todos sus supuestos no cuestionados, conceptos anticuados y estrategias exhaustas, debe desaparecer para que algo nuevo pueda vivir. Quienes le ponemos mucha atención a los ciclos de la naturaleza estamos más allá del temor a la muerte, que es inseparable de la vida. En palabras del Tao Ti Ching, “si no tienes temor a morir,  no hay nada que no puedas lograr”.

 

 

 

 

La idea del grupo ambiental

 

 

 

Si queremos que nuestra civilización sobreviva debemos romper con el hábito de reverenciar a los grandes hombres.

 

– Karl Popper

 

 

Una de las razones por las cuales los líderes del movimiento ambiental pueden flanquear orondos el cementerio de la política del recalentamiento global es porque la nómina y las entradas por sueldos de las grandes organizaciones ambientales han crecido enormemente en los 30 años pasados – especialmente desde la elección de George W. Bush en el 2000.

 

Las instituciones que definen el sentido del ambientalismo se engalanan con grandes  nóminas profesionales y reciben millonadas de dólares cada año de fundaciones e individuos. Con tales beneficios, no sorprende que la mayoría de los líderes ambientales no diseñen ni apoyen propuestas que pudiesen ser etiquetadas de “no-ambientales”. Una actuación contraria haría más que amenazar su estatus; socavaría su marca.

 

Los ambientalistas son particularmente optimistas sobre el rumbo que tome la opinión pública, gracias en gran medida a las encuestas en que ellos suelen apoyar sus propuestas. Sin embargo, Estados Unidos es un país muchísimo más cargado a la derecha de lo que fue hace tres décadas. El dominio de la política norteamericana por la extrema derecha es un obstáculo central para conseguir algo importante sobre calentamiento global. Pero casi ninguno de los ambientalistas que entrevistamos pensó en mencionar esto.

 

Parte de lo que hay detrás del desplazamiento político de Norteamérica hacia la derecha es la habilidad con la que los depositarios de ideas,  intelectuales y líderes políticos conservadores han trabajado las propuestas en las que descansa su poder, fijando ellos mismos los términos del debate.  Su trabajo ha dado resultados. De acuerdo con una encuesta administrada a 1.500 americanos por Environics, una firma de investigación de mercados, el número de quienes están de acuerdo con la declaración “Para preservar los empleos de la gente en este país, en el futuro debemos aceptar mayores niveles de contaminación”, aumentó del 17 por ciento en 1996 al 26 por ciento en 2000. Y también el número de personas que estuvieron de acuerdo con la frase “La mayoría de quienes están activamente involucrados en grupos ambientalistas son extremistas, no gente razonable”, saltó del 32 por ciento en 1996 al 41 por ciento en 2000.

 

En verdad, para la gran mayoría de los norteamericanos el medio ambiente nunca figuró en la lista de las diez cosas prioritarias sobre las cuales preocuparse. De veras, proteger el medio ambiente es algo que apoya la gran mayoría – solo que no es un apoyo muy fuerte que se diga. Una vez que esto se entienda, será mucho más fácil comprender por qué ha sido tan fácil para intereses anti-ambientalistas arruinar 30 años de protecciones ambientales.

 

La crítica convencional articulada por extraños, y por muchos de quienes proveen fondos contra el movimiento ambiental, es que éste está demasiado dividido para poder cumplir con su trabajo. En su nuevo libro Boiling Point [“Punto de ebullición”], el periodista Ross Gelbspan, ganador del Premio Pulitzer, arguye que “no obstante los ocasionales espasmos de cooperación, los grupos ambientales principales han carecido de la voluntad de trabajar juntos alrededor de una agenda climática unificada, aunar recursos y movilizar una campaña común sobre clima”.

 

Sin embargo, algo que nos impactó en la investigación fue el alto grado de consenso entre los líderes ambientalistas acerca de cuáles son los problemas y cuáles las soluciones. De las entrevistas nosotros salimos menos preocupados por las divisiones internas que acerca de la falta de mecanismos de realimentación.

 

Los ingenieros compendian en un término técnico su manera de caracterizar los sistemas que carezcan de mecanismos de realimentación: “estúpidos”.

 

Como individuos, los líderes ambientales podrán ser cualquier cosa, menos estúpidos. Muchos de ellos tienen títulos avanzados en ciencias, ingeniería y leyes, otorgados por las mejores universidades del país. Pero como comunidad, los ambientalistas padecen un grave caso de ideas grupales, empezando con supuestos compartidos acerca de lo que se entiende por “medio ambiente” – una categoría que refuerza las nociones de (a) que el medio ambiente es una “cosa” aparte y (b) que los seres humanos son entes superiores y no hacen parte del “mundo natural”.

 

Los conceptos de “naturaleza” y “medio ambiente” han sido completamente deconstruidos. No obstante, retienen su poder místico y debilitador dentro del movimiento ambiental y entre el público en general. Si uno entiende que la noción de “medio ambiente” incluye los humanos, entonces la manera como la comunidad ambientalista designa ciertos problemas como ambientales y otros no, es totalmente arbitraria.

 

¿Cuál es la razón, por ejemplo, para considerar como “ambiental” a un fenómeno de origen humano como el calentamiento global, que puede matar cientos de millones de seres humanos en el siguiente siglo? ¿Por qué la pobreza y la guerra no se consideran problemas ambientales, mientras el calentamiento global si es etiquetado como tal? ¿Cuáles son las implicaciones de formular el calentamiento global como un problema ambiental y de descargar la responsabilidad de su manejo en los “ambientalistas”?

 

Hay quienes creen que este encasillamiento es un problema más político que conceptual. “Cuando utilizamos la expresión ‘ambiental’ pareciera como si se implicara que el problema está ‘allá afuera’ y que necesitamos ‘arreglarlo’, dice Susan Clark, Directora Ejecutiva de la Fundación Columbia, para quien la Asociación de Otorgantes de Apoyos Ambientales [Environmental Grantmakers Association] debiera cambiar de nombre. “El problema no es externo a nosotros; nosotros lo somos. Se trata de un problema humano que tiene que ver con la manera como organizamos nuestra sociedad. Este modo de pensar tan anticuado no es culpa de nadie, pero cambiarlo es total responsabilidad nuestra”.

 

No todo el mundo está de acuerdo. “Necesitamos recordar que el movimiento ambiental somos nosotros, y que nuestra tarea es proteger el medio ambiente”, afirmó Dan Becker, Director de Calentamiento Global  en el Sierra Club. “Si nos desviamos de ahí, corremos el riesgo de perder nuestro foco, y no hay nadie más para proteger el medio ambiente si nosotros no lo hacemos. No somos un sindicato ni el Departamento del Trabajo. Nuestro oficio es proteger el medio ambiente, no crear una política industrial para los Estados Unidos. Lo cual no significa que a nosotros no nos importe que se proteja a los trabajadores”.

 

La mayoría de los ambientalistas ni siquiera piensan del “medio ambiente” como una categoría mental — lo piensan como una “cosa” real a la cual hay que proteger y defender. Literalmente, ellos se ven a sí mismos como representantes y defensores de esta cosa.  Los ambientalistas acometen su trabajo guiados por la idea de que estas son verdades más literales que figuradas. Tienden más a ver el lenguaje en general como representativo que constitutivo de la realidad. Tal modo de pensar es típico de liberales,5 que son en esencia hijos de la ilustración, convencidos de que alcanzaron su identidad y concepción política mediante un proceso racionalista y reflexivo. Esperan que otros hagan lo mismo en política y siempre estarán sorprendidos y desalentados cuando ello no es así.

 

El resultado de esta orientación es una cierta literal-esclerosis 6la creencia de que el cambio social solo ocurre cuando la gente habla una literal “verdad de poder”. La literal- esclerosis puede ser vista bajo el supuesto de que para ganar acción sobre el calentamiento global uno debe hablar acerca de ese fenómeno en vez de, digamos, la economía, la política industrial, o la salubridad. “Si se quiere que la gente actúe sobre calentamiento global”, enfatiza Becker, “es necesario convencerla que la acción se necesita sobre calentamiento global y no sobre alguna meta ulterior”.

 

 

 

 

 

Qué es lo que nos preocupa cuando la

preocupación es el calentamiento global

 

 

 

El pensar calculador computa… corre veloz de un panorama al siguiente. Nunca para, jamás se serena. No es pensamiento meditativo, no es el modo de pensar que contemple el sentido que reina en todo lo que hay… El pensamiento meditativo demanda de nosotros que nos involucremos con lo que, a primera vista, no va junto.

 

         – Martin Heidegger, Discurso Conmemorativo

 

 

¿Cuál es nuestra preocupación cuando nos preocupa el calentamiento global? ¿Es acaso la crisis de refugiados que sobrevendrá cuando se inunden las naciones caribeñas? Si ello es así, ¿no serían nuestras tareas principales ocuparnos en construir muros de contención marina más grandes y hacer preparativos contra el desastre?

 

¿Será la escasez de alimentos que ocurrirá como consecuencia de una menor producción agrícola? En tal caso, ¿no sería nuestra prioridad buscar el incremento de la producción alimentaria?

 

¿O se trata del colapso potencial de la Corriente del Golfo, que podría congelar la parte septentrional de Norteamérica y el norte de Europa, desencadenando una guerra mundial, como sugiere un reciente escenario del Pentágono?

 

La mayoría de los líderes ambientales se mofarían de tal encuadramiento del problema y replicarían: “La preparación para desastres no es un problema ambiental”. Uno de los distintivos de la racionalidad ambiental es creer que lo que los ambientalistas buscamos son “las causas primeras” y no “los síntomas”. ¿Cuál, entonces, es la causa del calentamiento global?

 

Para la generalidad dentro de la comunidad ambiental, la respuesta es fácil: demasiado carbono en la atmósfera. Vistas las cosas de esa manera, la solución es lógica: se deben aprobar leyes que reduzcan las emisiones de carbono. ¿Pero cuáles son los obstáculos para remover el carbono de la atmósfera?

 

Pónganse a pensar lo que ocurriría si los obstáculos identificados fuesen:

 

·        El control radical de los derechos en todas las tres ramas del gobierno de los EE.UU.

·        Las políticas comerciales que socavan la protección ambiental.

·        Nuestro fracaso para articular una visión inspiradora y positiva.

·        Superpoblación.

·        La influencia del dinero en la política norteamericana.

·        Nuestra incapacidad para diseñar propuestas legislativas que enmarquen el debate alrededor de valores medulares americanos.

·        Pobreza.

·        Los viejos supuestos acerca de qué cosa es el problema y qué no lo es.

 

En este caso el punto no es solo que el calentamiento global tiene muchas causas sino también que las soluciones con las que soñamos dependen de la manera como estructuremos el problema.

 

La falla de los movimientos ambientalistas en la formulación de propuestas inspiradas y fuertes que enfrenten el calentamiento global está directamente relacionada con la lógica reduccionista del movimiento acerca de las causas supuestamente raigales (por ejemplo, “demasiado carbono en las atmósfera”) de cualquier problema ambiental dado. La dificultad consiste en que tan pronto como se identifica algo como la causa raigal, uno tiene poca razón para buscar causas aun más profundas o conexiones con otras causas raigales. El abogado de NRDC, David Hawkins, quien se ha ocupado de políticas ambientales durante tres décadas, define el calentamiento global esencialmente como un problema de “polución”, como el de la lluvia ácida, que fue tenido en cuenta en la enmienda de la Ley de Aire Limpio de 1990. Esta norma determinó un tope nacional legal de la cantidad total permisible de polución por lluvia ácida y permitió a las compañías comprar “créditos” de polución a otras compañías que hayan reducido con éxito sus emisiones. La política de “tope-y-trueque” funcionó bien para la lluvia ácida, razona Hawkins, por lo que no hay que dudar que también pueda servir para el calentamiento global. La ley McCain-Lieberman sobre “Mayordomía del Clima” descansa sobre un mecanismo similar de topes de emisiones de carbono y que permite a las compañías comerciar derechos de polución.

 

No todos están de acuerdo con que la victoria de la lluvia ácida genere el modelo mental correcto. “Este no es un problema que pueda solucionarse como el de la lluvia ácida”, dijo Phil Clapp, quien fundara el Trust Nacional Ambiental a partir de bases que reconocieron la necesidad de campañas públicas mucho más efectivas de los ambientalistas.

 

“La lluvia ácida concierne a un número específico de facilidades en una industria que ya estaba regulada”, argüía Clapp. “Para pasarlas se necesitaron justo 8 años, de 1982 a 1990. El calentamiento global no es un asunto que pueda resolverse con la simple aprobación de un estatuto. La cosa no es poco menos que el comienzo de un esfuerzo para transformar la economía energética mundial, mejorando ampliamente la eficiencia y diversificándola más allá de su dependencia virtualmente exclusiva en combustibles fósiles. La campaña para ponerle topes a las emisiones de carbono y luego reducirlas implica literalmente una campaña ininterrumpida de 50 años. Esto no es algo en que todo el mundo pueda cantar victoria, levantar la tienda e irse a casa”.

 

La lección les fue llevada a casa a Clapp, Hawkins y otros líderes durante los 90 cuando los grandes grupos ambientales y proveedores de fondos echaron todas sus cartas sobre el calentamiento global en la mesa de Kyoto. El problema que se presentó fue no disponer de una bien diseñada estrategia política para lograr que el Senado de los Estados Unidos ratificara el tratado, que habría bajado las reducciones de gases de invernadero por debajo de los niveles de 1990. La comunidad ambientalista no solo falló en lograr la ratificación de Kyoto por el Senado, sino que los estrategas de la industria – en hábil maniobra de judo legislativo – se las ingeniaron para que el Senado pasara una resolución anti-Kyoto 95 a 0.

 

La magnitud de esta derrota no puede ser sobreestimada. Al salir de los años Clinton sin ley alguna para reducir las emisiones de carbono – incluso en cantidades minúsculas – la comunidad ambiental no tenía mayor poder o influencia de lo que tenía cuando Kyoto fue negociado. Le preguntamos a los líderes ambientales: ¿qué salió mal?

 

“Nuestra promoción de los años 1990 era inadecuada en el sentido de que la escala de nuestros objetivos para definir la victoria no estuvo calibrada con la necesidad del calentamiento global”, respondió Hawkins. “En vez de eso, estaba definida en términos de lo que fuese posible lograr. Nosotros criticamos la propuesta de Clinton por un programa voluntario para implementar el acuerdo de la convención de Río [que precedió a Kyoto], pero no mantuvimos activa una campaña pública. Reorientamos nuestra atención a los escenarios internacionales y gastamos todo nuestro esfuerzo tratando de actualizar los compromisos del Presidente Bush, Sr. en la convención de Río, en vez de tratar de convertir en ley aquellos compromisos. Hemos debido hacer ambas cosas”.

 

Al responder a la queja de que, pasando 10 años sin ninguna acción sobre el calentamiento global, el movimiento ambiental se encuentra en una posición peor a la que tendría si se hubiese negociado un acuerdo inicial bajo Clinton, Clapp dijo: “En mirada retrospectiva, por posicionamiento político, probablemente habríamos estado mejor si, bajo el protocolo de Kyoto, hubiésemos aceptado los niveles de 1990 para el 2012, ya que a eso fue a lo que Bush, Sr. se comprometió en Río. Yo no sustraigo mi responsabilidad por ese error”.

 

Después de la derrota de Kyoto en el Senado, Clapp y otros concentraron su ira sobre el Vicepresidente Al Gore, quien fuera uno de los más fuertes y elocuentes ambientalistas del país. Pero Gore había sido testigo del asesinato de Kyoto 95–0 en el Senado y temía que la etiqueta de “Hombre Ozono” – que se ganó por su exitosa defensa del Protocolo de Montreal para proscribir los CFC destructores de ozono – pudiesen dañar su campaña presidencial del 2000.

 

Las pullas ambientales sobre Al Gore culminaron en un artículo del 26 de abril de 1999 en la revista Time, titulado: “Es Al Gore un héroe o un traidor?” En ese escrito el reportero de Time relata una reunión donde líderes ambientales insistían en que Gore hiciese más que el desmonte gradual de las viejas y sucias termoeléctricas de carbón. Gore replicó que “Perdiendo el tiempo con propuestas imprácticas, enteramente fuera de tono con lo que es viable, no necesariamente sacarán avante su causa”.

 

La campaña pública contra Gore produjo titulares en la prensa pero ni inspiró mayores actitudes de tomar riesgos por los políticos, ni  envalentonaron al Vicepresidente. En vez de eso, el autor de Earth in the Balance [“La Tierra en la Balanza”] empleó la mayor parte de la competencia del 2000 minimizando sus credenciales verdes con la falsa esperanza de que de ese modo captaría los votantes indecisos.

 

Quizás la más grande tragedia de los 1990, en últimas, fue que la comunidad ambiental continuó con su incapacidad de construir una visión inspiradora, mucho menos una propuesta legislativa, que hubiesen podido mover a su favor la mayoría de la opinión pública.

 

 

 

 

 

Cada quien pierde con la eficiencia de los combustibles

 

 

 

Gran duda: gran despertar.

Pequeña duda: despertar pequeño.

Ninguna duda: ningún despertar.

 

  Zen Koan

 

 

A finales de los 90 los ambientalistas no solo fueron incapaces de ganar un acuerdo legislativo sobre el carbono, sino que también dejaron escurrir entre los dedos un trato sobre estándares más altos de eficiencia de combustibles en los vehículos.

 

Desde los 1970, los ambientalistas habían definido el problema de la dependencia del petróleo como una consecuencia de inadecuados estándares de eficiencia en el uso de los combustibles. Su estrategia ha consistido en tratar de dar mayor poder a los sindicatos de la industria y de los trabajadores en términos ambientales y de seguridad nacional. El resultado ha sido una falla masiva: en los pasados 20 años, en tanto las tecnologías del automóvil han mejorado exponencialmente, en conjunto las tasas de kilometraje/consumo de combustible han bajado, en vez de  subir.

 

Pocos se andan con rodeos al discutir este hecho. “Si lo que se pregunta es si hemos hecho algo para enfrentar el problema desde 1985, la respuesta es no”, dijo Bob Nordhaus, un  abogado de Washington, D.C., que actuó como Consultor General del Departamento de Energía bajo el Presidente Clinton y quien ayudó a diseñar la legislación de la Corporate Average Fuel Economy (CAFE) y la Ley de Aire Limpio. (Nordhaus es también el padre de uno de los autores de este informe.)

 

La primera enmienda de CAFE en 1975 se agarró de la fruta más a la mano en términos de eficiencia, para fijar en su lugar estándares que los expertos consideraron eran más fáciles de alcanzar por la industria que aquellos que los ambientalistas están solicitando ahora. El UAW [United Auto Workers, es decir, el sindicato de Trabajadores Unidos de la Industria Automotriz] y los fabricantes de autos estuvieron de acuerdo con la enmienda de CAFE de 1975, por un interés propio claramente definido: reducir el avance de las importaciones japonesas.

 

“CAFE [en 1975] fue respaldada por UAW y [el Representante Demócrata de Michigan John] Dingell”, dijo Shelly Fiddler, quien fuera Jefe del Equipo del ex Representante Phil Sharp, quien a su vez fue autor de la enmienda CAFE antes de convertirse en Jefe del Consejo sobre Calidad Ambiental de la Casa Blanca, durante la administración Clinton. “Fue hecha por Ford y un puñado de funcionarios renegados del Congreso, no por ambientalistas. La comunidad ambiental no originó CAFE y ésta tiene serias reservas sobre aquélla”.

 

Gracias a las acciones emprendidas por los fabricantes norteamericanos de autos y a la inacción de los grupos ambientales de Estados Unidos, las ganancias en eficiencia de CAFE  se desplomaron a mediados de los 1980. No está muy claro quién causó mayor daño a CAFE, si la industria automotriz, UAW o el movimiento ambiental.

 

Luego de comprometer 59 votos en 1990 – uno menos de los necesarios para parar una acción obstruccionista – el Senador Richard Bryan estuvo a punto de pasar legislación orientada a elevar los estándares de la economía de combustibles. Pero al año siguiente, cuando Bryan tenía todas las de ganar para conseguir los 60 votos que necesitaba, el movimiento ambiental llegó a un trato con los fabricantes de automotores. A cambio de la oposición de las automotrices a la perforación petrolera en el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico, los ambientalistas aceptaron retirar el apoyo al proyecto de ley de Bryan. “De todos los opositores posibles, habrían de ser los ambientalistas quines lo hundieran”, anota con amargura Keith Bradsher, reportero del New York Times a cargo de temas relacionados con la industria automotriz.7

 

Trágicamente, si Bryan y los ambientalistas hubiesen tenido éxito en 1991, ellos habrían disminuido dramáticamente la proliferación de los SUV en la década siguiente y reducido la presión sobre el Refugio – un pedazo de tierras silvestres que los Republicanos utilizaron otra vez para abofetear los ambientalistas bajo el Presidente George W. Bush. El fracaso de la comunidad ambiental en 1991 se agravó por el hecho de que el proyecto legal de Bryan “contribuyó a asustar a los fabricantes de autos japoneses para producir modelos más grandes”, un cambio que en últimas disminuyó el poder tanto de la UAW como de los ambientalistas.

 

“¿Dónde estaba el movimiento ambiental?” pregunta Bradsher en su maravillosa historia de los SUV, High and Mighty [“Alto y poderoso”]. “A medida que empezó a tomar forma una transformación lenta y constante de las carreteras americanas, el movimiento ambiental se mantuvo silencioso todo el tiempo sobre los SUV hasta mediados de los 1990, y no hizo mayor cosa para introducir cambios en las regulaciones de los SUV hasta 1999”.

 

Finalmente, en el 2002 los Senadores John Kerry y John McCain saltaron a la palestra con otro intento para elevar los estándares de CAFE. Esta vez también los ambientalistas fueron incapaces de negociar un trato con UAW. El resultado fue que el proyecto de ley perdió por un margen mucho mayor que el registrado en 1990. El Senado votó 62-38 para hundirlo.

 

Así las cosas, incluso desde la perspectiva del más joven e inexperto asistente de Capitol Hill, el poder político de los grupos ambientales estaba más bajo que nunca.

 

Los voceros ambientales trataron de hacer aparecer sus pérdidas de 2002 como una victoria, arguyendo que aquéllas les generaban un buen momento hacia el futuro. Pero privadamente casi todos los líderes ambientales que entrevistamos nos dijeron que CAFE – en su encarnación de 2002 – estaba muerta.

 

Dados los 10 años iniciales exitosos de CAFE, desde mediados de los 1970 hasta mediados de los 1980, es comprensible que los ambientalistas considerasen a CAFE como una buena herramienta técnica para reducir nuestra dependencia del petróleo y para rebajar las emisiones de carbono. Infortunadamente, las mejores soluciones técnicas no siempre son la mejor política. Los Senadores no votan de acuerdo con las especificaciones técnicas de una propuesta. Ellos toman sus decisiones con base en una variedad de factores, especialmente a partir del modo como se formula la propuesta y la oposición a la misma. Y no hay suficiente cantidad de relaciones públicas que ayuden una propuesta malamente formulada.

 

Bradsher va al punto cuando arguye que “Los ambientalistas y sus aliados del Congreso han desperdiciado su tiempo desde los días del proyecto de ley de Bryan, al traer reiteradamente legislación ambiciosa a los recintos de la Cámara y el Senado sin hacer primero compromisos importantes con UAW. La triste verdad es que al inclinar la balanza a favor de los SUV durante un cuarto de siglo, las regulaciones gubernamentales han dejado la economía del Medio Oeste de los Estados Unidos adicta a la producción de peligrosos sustitutos para los carros. Cualquier política sobre la economía de los combustibles debe reconocer tan enorme problema social y económico”.

 

A la luz de esta cadena de desastres legislativos sería de esperar que los líderes ambientales hubiesen reevaluado sus supuestos y diseñado una nueva propuesta.8  En vez de eso, durante los últimos dos años, el movimiento ambiental solo ha acometido un juicio táctico para atraer nuevos aliados, sean ellos los que sean, desde líderes religiosos hasta celebridades de Hollywood, buscando reforzar la noción de que CAFE es la única ruta para liberarnos de la dependencia del petróleo extranjero.

 

Hoy, la percepción convencional es que la industria automotriz y UAW “ganaron” la contienda con CAFE. Tal lógica no implica otra cosa que suponer a los ejecutivos de la industria como representantes de lo mejor para los accionistas, que los ejecutivos sindicales representan lo mejor para los trabajadores, y que los ambientalistas representan lo que es mejor para el medio ambiente. Todas estas presunciones merecen ser cuestionadas. La industria automotriz norteamericana se encuentra hoy en un estado de colapso gradual. Los fabricantes de autos japoneses se hallan mordiendo una buena parte del mercado americano con vehículos más limpios, más eficientes y en definitiva mejores. Y las compañías americanas están trazando planes para mover sus plantas al exterior. Ninguno de los así llamados intereses especiales están representando especialmente bien los intereses de sus afiliados.

 

No hay mejor ejemplo que CAFE para mostrar cómo las categorías ambientales sabotean las políticas ambientales. Cuando aquélla fue creada en 1975, se diseñó como una estrategia para salvar la industria automotriz americana, no para salvar el medio ambiente. Para entonces tal era la fórmula correcta, y en adelante esa ha seguido siendo la fórmula correcta.  Sin embargo, el movimiento ambiental, en toda su literal esclerosis, no solo sintió la necesidad de etiquetar a CAFE como una “propuesta ambiental”, sino que falló en encontrar una solución que funcionara también para la industria y para el trabajo.

 

Al pensar solo en sus intereses propios, estrechamente definidos, los grupos ambientales no se involucran con las necesidades de los sindicatos y la industria por igual. La consecuencia es la pérdida de oportunidades notables para construir alianzas. Considérese el hecho de que la más grave amenaza para la industria automotriz americana pareciera tener nada que ver con “el medio ambiente”. El alto costo de salud para sus empleados jubilados representa un gran componente de lo que hiere la competitividad de las compañías americanas.

 

La General Motors cubre los costos de servicios de salud de 1.1 millones de norteamericanos, o sea cerca de la mitad del uno por ciento de la población total”, escribió recientemente Danny Hakim del New York Times.9  “Para la G.M, que recibió el año pasado $1.200 millones de dólares [en utilidades], el gasto anual en salud se ha incrementado en $4.200 millones de dólares desde 1996… Actualmente, con la competencia global y actuando en un sistema de servicios de salud cuyos mayores aportes son responsabilidad de los empleadores, los altos costos médicos para los jubilados de los Estados Unidos son una de las razones para que los $10.200 millones de dólares de utilidades de Toyota, en su más reciente año fiscal, representasen más del doble de las ganancias combinadas de las Tres Grandes automotrices americanas”.

 

Debido a que Japón cuenta con un servicio nacional de salud, sus compañías automotrices  no se ven atascadas con las cuentas de sus jubilados. No obstante, si a alguien le diera por proponer que los grupos ambientales debieran tener alguna estrategia para bajar los costos de salud de la industria automotriz, quizás a cambio de estándares de kilometraje más altos, de seguro sería expulsado con burlas del salón, o reconvenido por sus colegas porque “el servicio de salud no es un asunto ambiental”.

 

La desventaja del costo de salud para los productores norteamericanos es una amenaza que no se superará con incentivos tributarios por inversión de capital en nuevas fábricas, o con  descuentos por híbridos para el consumidor. El problema no es tan solo que los créditos por impuestos y los descuentos no logren lo que se necesita que hagan, cual es salvar la industria automotriz americana ayudándola a fabricar carros mejores y más eficientes. El problema también es que estas políticas, sobre las cuales la comunidad ambiental apenas estuvo de acuerdo tras más de dos décadas de fracasos, han sido metidas en la vieja propuesta de CAFÉ, a la manera como se atiborra de adobos un pavo.

 

Los ambientalistas – incluido el candidato presidencial John Kerry, cuya plataforma incluía aliños adicionales para el pavo – lo mismo que los líderes industriales y laborales, aun tienen que repensar sus hipótesis acerca del futuro de la industria automotriz norteamericana en términos que hagan posible un replanteamiento de sus propuestas. Algunos “realistas” ambientales arguyen que la muerte de la industria automotriz – y la pérdida de cientos de miles de empleos sindicalizados de alto salario – no es necesariamente algo malo para el medio ambiente, si tal cosa significa una mayor tajada del mercado para los mucho más eficientes vehículos japoneses. Para otros, salvar la industria automotriz es crucial para mantener la clase media del Medio Oeste norteamericano.

 

“A mí no me gusta sobornar a todo el mundo por la buena conducta, pero no está mal ayudar los sindicatos”, dice Hal Harvey. “Necesitamos empleos en este país. Los miembros de los sindicatos son votantes indecisos en un gran número de estados. Y un salario soportable es éticamente importante”.

 

 

Como ocurre con Harvey, la mayoría de los líderes ambientales son progresistas que por principio apoyan el movimiento sindicalista. Y si bien muchos se han enfrentado con líderes laborales sobre cómo resolver el atolladero de CAFE, el movimiento ambiental no está muy seguro sobre la proposición de que el reconstruir una industria automotriz americana y un movimiento sindical más fuertes puedan ser las estrategias esenciales para luchar contra el calentamiento global. Más que eso, como en todo lo demás que no sea visto como explícitamente “ambiental”, el futuro del movimiento de los sindicatos se trata como una consideración más táctica que estratégica.

 

La reciente decisión de California, de requerir reducciones en las emisiones de gases de invernadero por los vehículos durante los próximos 11 años, fue ampliamente reportada como una victoria de los esfuerzos ambientales contra el calentamiento global. En efecto, el que después de dos décadas de fracasos para revertir la gradual declinación de la eficiencia del consumo de combustible, aquella decisión es un signo de nuestra debilidad, no de fortaleza. Por muy buenas razones, los fabricantes de autos están confiados en que podrán derrotar la ley californiana en las cortes. Si no lo logran, existe el peligro real que la industria pueda persuadir al Congreso de revocar el derecho especial de California para regular la polución bajo la Ley de Aire Puro. Si eso ocurriera, California también perdería su poder para limitar la contaminación de origen vehicular.

 

La eficiencia promedio en el uso de combustibles, con cobertura total de los usuarios, es hoy idéntica a la de 1980, según la Unión de Científicos Preocupados. El pasado cuarto de siglo de fracasos no se debió a uno o dos errores tácticos (aunque de esto se dio en abundancia, como lo describimos arriba). Más que eso, las raíces de las fallas de la comunidad ambiental pueden hallarse en la manera como ésta declara a ciertos problemas como ambientales, y a otros no.  Los fabricantes de autos y UAW son, desde luego, tan responsables como los ambientalistas de su incapacidad para formar una alianza estratégica. La actual situación de perder-perder-perder con los automóviles es el resultado lógico de definir de manera tan estrecha los intereses propios del trabajo, el medio ambiente y la industria.

 

Poco antes de su muerte, David Brower trató de pensar más creativamente acerca de soluciones con mayores posibilidades de éxito. A menudo él hablaba de la necesidad que tenía la comunidad ambiental de invertir más energía en cambiar el código tributario, punto enfatizado por Keith Bradsher en High and Mighty. “Los ambientalistas han sido notables por no preocuparse por la legislación tributaria, y no le prestaron mayor atención a cosas como la depreciación y las provisiones de impuesto al lujo de los camiones ligeros de mayor tamaño. Más lamentable todavía, los grupos ambientales ignoraron  los SUV en la batalla de 1990 sobre el proyecto de ley de Bryan, e incluso se desentendieron de las troneras de polución aérea abiertas a los camiones ligeros en la legislación de aire puro de 1990”.10

 

Pero hay dentro de la comunidad ambiental quienes tratan de aprender de los fracasos de los pasados 25 años y piensan de manera diferente acerca del problema. Jason Mark, de la Unión de Científicos Preocupados, nos dijo que ha iniciado la búsqueda de más zanahorias para el garrote de Pavley. “Es necesario que negociemos desde una posición de fuerza. Nos ha llegado la hora de proponer políticas de incentivos que tengan sentido. Hemos estado trabajando sobre créditos tributarios para híbridos. Ahora necesitamos gestionar créditos tributarios para I&D [Investigación & Desarrollo] en emisiones reducidas y algo para aliviar las cargas por pensiones y salud de las industrias. Hasta ahora nadie ha puesto sobre la mesa ningún buen trato pensional para ellas. Nada de esto ha sido explorado todavía”.

 

 

En últimas, todos por igual son responsables de haber fallado en diseñar un trato que intercambie una mayor eficiencia por créditos tributarios federales orientados a favor de I&D. Una consecuencia de las políticas públicas del Japón que subvencionan a I&D con créditos tributarios, sugiere Mark, es que las fábricas japonesas de autos son manejadas por ingenieros con mentalidad innovadora, mientras a sus equivalentes americanas las manejan contabilistas obtusos. De acuerdo con Pavley, para inspirar un trato de ganar-ganar-ganar para la industria, los ambientalistas y UAW, todos a una, estos tres intereses necesitarán empezar a pensar por fuera de sus cánones conceptuales tradicionales.

 

 

 

 

 

Ganar mientras se pierde vs. Perder mientras se pierde

 

 

 

El fracaso es una oportunidad.

 

– Tao Ti Ching

 

 

En política, una derrota legislativa puede ser asumida como un triunfo, o como una pérdida.  Un fracaso  legislativo se puede considerar un triunfo si con él se incrementa el poder, la energía y la influencia del movimiento en el largo plazo. Tómese como ejemplo el caso del esfuerzo exitoso del derecho religioso para proscribir la práctica parcial de abortos. La propuesta solo logró pasar después de varios intentos fallidos. Comoquiera que la propuesta se ancló alrededor de valores esenciales y no en especificaciones de políticas técnicas, los fracasos iniciales para la proscripción de la práctica parcial del aborto allanaron el camino para una eventual victoria.

 

Los fracasos consecutivos  de Río, Kyoto, CAFE y McCain-Lieberman no se fraguaron de manera que incrementaran el poder de la comunidad ambiental a través de derrotas sucesivas. Ello ocurrió así porque cuando las propuestas fueron diseñadas, a los ambientalistas no se les ocurrió sopesar lo que se podría sacar como ventaja de cada derrota. Entonces solo estábamos pensando en lo obtendríamos si las propuestas tenían éxito. Tal es el tipo de mentalidad que se debe desechar si hemos de diseñar propuestas que generen el poder que necesitamos para triunfar en el nivel legislativo.

 

Si hay algo en lo que todos estén de acuerdo, desde los Fideicomisos de Caridad Congregasional [Pew Charitable Trusts] hasta la Red de Acción pro Selva Lluviosa [Rainforest Action Network], es sobre la magnitud del problema. “Lo que fundamentalmente estamos tratando de lograr es un cambio en la manera como este país (y el mundo) produce y consume energía, dijo el Director de Medio Ambiente de Pew, Josh Reichert. “Estoy confiado en que allí llegaremos, primariamente porque creo que no tenemos de donde escoger. Pero lo que falta por verse es que tanto tiempo nos lleve ni cuánto habrá de sacrificarse debido a la demora”.

 

Sobre esto concuerda Greg Wetstone de la NRDC. “La comunidad científica y el público se han percatado que este es el reto más importante y difícil que jamás hayamos enfrentado. Infortunadamente, ni en el Congreso ni en la Administración Bush estamos viendo progreso alguno”.

 

Luego del voto del Senado contra McCain-Lieberman 55 por 43 en octubre de 2003, Kevin Curtis, del Fideicomiso Ambiental Nacional [Nacional Environmental Trust], habló para la comunidad cuando declaró al Grist Magazine que “Es un comienzo. Ahora esto puede parecer una derrota, pero en últimas es una victoria. Un proyecto de ley que logra por lo menos 40 votos tiene una  franca posibilidad de pasar si es presentado de nuevo”.

No todo el mundo está de acuerdo con que McCain-Lieberman esté ayudando a la comunidad ambiental. Shelley Fiddler manifestó que “para cualquiera es completamente espurio decir que esta pérdida es una victoria”.

 

Sin importar que los Senadores McCain y Lieberman hayan lavado las capas de carbono para ganar más votos, es poco claro que los ambientalistas puedan reunir la fuerza suficiente para pasar en el Congreso la Ley de Manejo del Clima. Reichert predice que el proyecto McCain-Lieberman será aprobado en el Senado a finales de 2005, pero reconoce que la cosa será mucho más dura en la Cámara.

 

Los cálculos políticos que ahora hacen los ambientalistas tratan de determinar cómo la táctica de  subsidios por embargo para carbón mineral y carbono limpios puedan ganarle a las industrias eléctricas y del carbón, y también al sindicato de Trabajadores Mineros Unidos. Mientras creemos que la situación en China y otros países en desarrollo clama por inversiones en tecnologías de carbón más limpias y en embargos, otra vez es un signo perturbador que los ambientalistas se encuentren empezando la casa por el tejado, anteponiendo las políticas técnicas a la visión y a los valores. Las inversiones en carbón más limpio deben enmarcarse como parte de una visión comprensiva para crear empleo en las industrias energéticas del futuro, no simplemente como un acondicionamiento técnico.

 

En cierta manera el proyecto McCain-Lieberman ofrece el peor de todos los escenarios. No es solo que falle en inspirar una visión apremiante que pueda cambiar el debate e incrementar el poder político de los ambientalistas; es también una frustración en términos de políticas. “Incluso si McCain-Lieberman fuese aprobado, no haría ni remotamente mayor bien”, dijo un bien conocido abogado energético de Washington. “Es una reducción menor en carbono. Si se piensa en lo que se está necesitando, cual es estabilizar las emisiones, McCain-Lieberman no iría a hacer mayor mella. Se necesitan reducciones de 50 a 70 por ciento. Parte de lo que hay que hacer es mantener el paso y seguir presionando. Pero la otra parte de lo que se requiere es presentarse con un programa más sesudo”.

 

Pasar el proyecto McCain-Lieberman requerirá algo más que atraer a los oponentes de la industria, o flanquearlos como sea. Requerirá igualmente derrotar a  los astutos estrategas opositores de nuevo cuño que han convertido con éxito las regulaciones sobre emisiones de carbono en la bête noire del movimiento conservador.

 

Pero si los prospectos para actuar políticamente sobre calentamiento global aparecen intimidadores en los EE.UU., ni mirar siquiera se puede hacia China para reconfortarnos: el país de los 1.200 millones de habitantes, con un crecimiento del 20 por ciento por año, apunta a cuadruplicar el tamaño de su economía en 30 años y generar 300 gigavatios de electricidad en plantas  de carbón sucio – cerca de la mitad de lo que consume Estados Unidos cada año.

 

El reto para los ambientalistas en EE.UU. no es solo lograr que se reacondicione dramáticamente la estrategia energética, sino también que se ayude a hacer lo propio a países en desarrollo como China, India, Rusia y Sudáfrica. Eso quiere decir que los grupos ambientales deberán abogar por políticas concretas, como la transferencia de tecnología, tratados comerciales éticos y campañas conjuntas en las que todos ganen. La amenaza del carbón de China y de otros países en desarrollo trae el punto clave a casa: para enfrentar el calentamiento global se necesitarán una serie de políticas importantes, como las políticas industriales o las comerciales, tradicionalmente no definidas como “ambientales”.

 

El interrogante que hay que dirigir a propuestas como la de McCain-Lieberman es este: ¿su continuada derrota – o su eventual aprobación – nos proporcionará el necesario momento para presentar y hacer aprobar un conjunto de propuestas que reconfiguren la economía energética global? ¿En caso contrario, con qué se lograría esto?

 

 

 

 

 

Ambientalismo, como si la política no importara

 

 

 

Con el sentimiento público, nada puede fallar; sin éste, nada puede tener éxito. En consecuencia, más profundo es quien moldea el sentimiento público que aquel que crea estatutos o pronuncia decisiones.

 

  Abraham Lincoln

 

 

Ross Gelbspan captó el sentimiento pragmático que anima a la mayoría de los ambientalistas cuando nos dijo que “yo veo a McCain-Lieberman parecido a Kyoto: ineficaz pero tremendamente importante e indispensable para llegar a un mecanismo que regule el carbono”.

 

Cuando le dijimos a él que Eric Heitz, director ejecutivo de Energy Foundation [Fundación Energética], había predicho que Estados Unidos tendría un “serio régimen federal del carbono en cinco años”, Gelbspan replicó: “Esto no se puede demorar ni siquiera un par de años. El clima está cambiando muy rápido. Tenemos que empezar más pronto”.

 

En Boiling Point, Gelbspan acusa a los líderes ambientales de “ser demasiado tímidos para prender las alarmas sobre una amenaza climática tan espeluznante” y por conformarse por tan poco. “Consideren la crítica cuestión de la estabilización del clima – el nivel sobre el cual el mundo acuerde poner un tope al acumulado progresivo de concentraciones de carbono en la atmósfera”, escribe Gelbspan. “Los grupos ambientales nacionales más importantes que concentran su atención en el clima – grupos como el Consejo para la Defensa de los Recursos Naturales [Natural Resources Defense Council], la Unión de Científicos Preocupados [Union of Concerned Scientists] y la Federación Mundial de la Vida Silvestre [World Wildlife Federation] – han acordado respaldar lo que ellos ven como una meta políticamente aceptable de 450 partes por millón de dióxido de carbono … [Si eso] puede ser políticamente realista, sería quizás ambientalmente catastrófico”.

 

Durante la entrevista, Gelbspan nos dijo que el fracaso de los ambientalistas para lograr más “se debe a que ellos operan en Washington y aceptan el progreso por incremento. Si logran obtener dos millas más en un estándar de CAFE, para ellos tal cosa será un enorme logro. Pero en comparación con la necesidad de cortar las emisiones en 70 u 80 por ciento, aquello no es nada. Su temor es que los marginen por pedir reducciones más drásticas. Ellos están tomando la ruta más cómoda, sin importar que los científicos estén sonando las alarmas y diciendo que ya es demasiado tarde para evitar perturbaciones significativas”.

 

La alternativa que Gelbspan respalda es la propuesta desafortunadamente llamada “WEMP” – el World Energy Modernization Plan [Plan Mundial de Modernización de la Energía]11 – para reducir en un 70 por ciento las emisiones de carbono, a escala global, de tres maneras: 1) desplazando los subsidios de las industrias contaminantes a las industrias limpias; 2) creando un fondo para transferir tecnología limpia al mundo en desarrollo; y 3) apuntalando un “Estándar de Eficiencia de los Combustibles Fósiles” en un cinco por ciento anual. Este es un programa que Gelbspan considera lo suficientemente fuerte para encarar la crisis del calentamiento global, al tiempo que puede generar millones de buenos empleos alrededor del mundo. Tal plan incluso podría ayudar, escribe él, “a crear condiciones que apoyen un real proceso de paz en Israel” (reconociendo, no obstante, que esto último no pasa de ser una “fantasía altamente improbable”).

 

Intrigados por tan gran visión, le preguntamos sobre la estrategia política para que WEMP pueda pasar.

 

“No es nada del otro mundo”, respondió. “Hay que sustraer el dinero de la política. Si usted hizo tal cosa, no habrá problema. No veo otra respuesta que una real reforma a las finanzas de las campañas. Sé que tal cosa suena improbable, pero la alternativa es cambio climático masivo”.

 

Entonces le preguntamos: “¿Nos está diciendo usted que tenemos que hacer una reforma a las finanzas de campaña antes de que consigamos acciones sobre el calentamiento global?” En este punto Gelbspan se echó atrás. “No se cuál sea la respuesta para eso. Realmente no lo se”.

 

Lo que es tan atrayente acerca de Boiling Point es la opinión tan directa de Gelbspan cuando se trata de la magnitud de la crisis: tan pronto como sea posible debemos cortar las emisiones de carbono en un 70 por ciento, o el mundo que conocemos habrá llegado a su fin. Gelbspan se erige a sí mismo en su libro como una suerte de Paul Revere tratando de despertar legiones de dormilones ambientalistas. Con todo, ninguno de los líderes ambientales que entrevistamos expresaron denegación alguna sobre lo que enfrentamos. Por el contrario, todos creen que la situación es urgente y que se deben tomar grandes pasos – eventualmente por lo menos. El punto que ellos quieren destacar es que uno debe gatear antes de caminar, y caminar antes de correr.

 

Lo que es frustrante en Boiling Point y en muchos otros libros ambientales visionarios – desde Natural Capitalism de Paul Hawken y Amory y Hunter Lovins, pasando por Plan B de Lester Brown, hasta The End of Oil por Paul Roberts – es el modo como los autores apoyan las soluciones de políticas técnicas, como si la política – la política – no importara.  ¿A quién le importa que  un impuesto al carbono, o un consorcio de cielos, o un sistema de corte-y-negocio, sean el más simple y elegante mecanismo de políticas para aumentar la demanda de fuentes limpias  de energía si es un perdedor político?

 

La orientación hacia políticas técnicas del movimiento ambiental ha creado un tipo de miopía: todo el mundo está en la búsqueda de réditos políticos en el corto plazo. No pudimos encontrar a alguien que esté diseñando propuestas políticas que, por medio de la visión alternativa y los valores que éstas introduzcan, provean hacia delante el contexto para victorias electorales y legislativas. De los líderes ambientales que entrevistamos, casi todos estaban concentrados en el trabajo de políticas a plazo corto, no en estrategias de mayor trascendencia.

 

Las propuestas políticas que por su propia naturaleza se apuntan a un golpe de mayor alcance llevan a conflictos políticos y controversia, en términos que promueven la visión transformista y los valores del movimiento ambiental. Pero dentro del movimiento ambiental muchos están incómodos con solo imaginar sus propuestas dentro de un contexto político transformador.  Cuando inquirimos con Hal Harvey sobre cómo elaboraría él sus propuestas energéticas de modo que la resultante controversia política se transformara en poder para que los ambientalistas ayudasen a aprobar la legislación, Harvey replicó: “No estoy seguro de desear mucha controversia en estos paquetes legislativos. Lo que quiero es asombro”.

 

 

 

Notas

 

1 SUV, es el acrónimo en inglés de “sport utility vehicle”, que se aplica a los camiones convertidos en coches de lujo, una de cuyas particularidades es el excesivo consumo de combustible, e.g. el Ford Explorer o el Lincoln Navigator [N. de trad.].

 

2 El Sierra Club, fundado en 1892 por John Muir, es la organización ambiental más grande de los Estados Unidos, con alrededor de 750.000 afiliados [N. de trad.].

 

3 La estrategia del “cap and trade” intenta reducir las emisiones de gases, permitiendo a quienes no utilizan todos los “créditos” otorgados a ellos por emisiones que los vendan a contaminadores incapaces de mantener sus propias emisiones por debajo de los límites estipulados. Esto es lo que se estableció para reducir la lluvia ácida desde la aprobación de la Enmienda de la Ley de Aire Limpio en 1990, y es el modelo de legislación de McCain-Lieberman [N. de trad.].

 

4 El término “fraguando” [“framing”] – antes asociado con tales actividades como “fraguando la constitución” o “legislación “fraguada” – lo utilizan ahora los ambientalistas y otros progresistas como palabra de tinte más sofisticado equivalente a “hilando” [“spinning”]. El trabajo del lingüista George Lakoff relacionado con la manera como los conservadores fraguan más efectivamente los debates públicos que los liberales se está malentendiendo muy mal. Lakoff arguye que los progresistas necesitan reconformar su manera de pensar sobre el problema y sus soluciones. Lo que la mayor parte de los miembros de la comunidad están diciendo es que simplemente necesitamos utilizar diferentes palabras para describir los mismos viejos problemas y soluciones. La clave para aplicar el análisis de Lakoff es ver en conjunto la visión, los valores y la política como extensiones del lenguaje.

 

5 El término “liberal”  tiene connotación muy diferente en Estados Unidos a como se entiende en América Latina y otras partes del mundo. Un “liberal” latinoamericano es el afiliado a un partido de ideología democrática decimonónica, cada vez más de centro, muy alejado de las actitudes izquierdistas, por no decir radicales, de un “liberal” de Chicago, Boston, o San Francisco. El clásico panorama político de muchos países latinos dividido principalmente entre conservadores y liberales, puede equipararse, mejor, con la dualidad norteamericana de republicanos y demócratas, en ese orden [N. de trad.].

 

6 Este término apropiado lo acuñó un oficial del programa Packard.

 

7 Keith Bradsher, High and mighty [“Alto y poderoso”], Perseus: New York, 2002. Bradsher cita también el libro del historiador Jack Doyle, Taken for a ride: Detroit big three and the politics of  pollution [“Llevados de paseo: Los tres grandes de Detroit y las políticas contra la contaminación”] (Nueva York: 2001).

 

8 Lo mismo que muchos otros observadores, Bradsher ha lastimado la comunidad ambiental al hacer prácticamente nada para avanzar de la preocupación sobre los SUVs, a algo a lo que el público presta más atención que a la eficiencia: la seguridad. Los ambientalistas nunca adelantaron una campaña seria contra los SUV con base en los miles de muertos americanos que hoy seguirían vivos si la industria hubiese producido carros en vez de SUVs. Aparentemente, en las mentes de los los líderes de la comunidad, la seguridad “no es una cuestión ambiental”.

 

9 Septiembre 16, 2004.

 

10 Página 77.

 

11 WEMP suena en inglés como la palabra “wimp”, que es sinónimo del término “weakling”, equivalente en español a “debilucho”, “canijo”... [N. de trad.].

 

 

 

*Abstract. This essay by Michael Shellenberger and Ted Nordhaus was released at an October 2004 meeting of the Environmental Grantmakers Association, and it's been ruffling feathers ever since. The strong controversy provoked since its publication is placing the essay as a new benchmark in the long list of documents related to the world’s environmental crisis.

 

 

** Los Autores

 

[Ver nota sobre autores al final de la Parte II].

 

 

 

*** El permiso de traducción al español y publicación electrónica se concedió extensivo a la Universidad de Córdoba, Montería, Colombia, institución patrocinadora de GeoTrópico y a la vez publicista del sitio Geografía en Español, a través del cual también se difunde este informe:  >http://www.geografiaenespanol.net<

 

 

The English version of this article is available on

>www.thebreakthrough.org/images/Death_of_Environmentalism.pdf<

as well as on >www.grist.org/news/maindish/2005/01/13/doe-reprint/<

 

 

© Copyright 2004 by Michael Shellenberger and Ted Nordhaus

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