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Volumen 3   -   Número 1   -   Julio, 2005
Volumen 3 Número 1

GEOTRÓPICO,   revista electrónica  --   Volumen 3, Número 1   --    Los  Editores  y  los  miembros  del  Consejo  Editorial,   presentamos  a  la  comunidad académica y científica  una cordial  bienvenida a nuestras  páginas,   y   los   invitamos a continuar su consulta semestral gratuita

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Nota Editorial


Ambientalismo
    
Héctor F. Rucinque

Geógrafos & Asociados, Bogotá

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es una revista geográfica electrónica, semestral, de acceso totalmente libre, publicada por GEOLAT.



a free, online, semi-annual, peer-reviewed geographical journal, is published by the GEOLAT  Group.
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ABSTRACT.  The man-land relationship used to be the theme for an almost exclusively academic discussion. Not anymore. Nowadays, this has become the concern of both the public and the specialist, as the planet has been deeply affected by human intervention. The article comments on a recent report published in the USA – The Death of Environmentalism – on the occasion of its translation into Spanish and publication in this very same issue of GeoTropico. Further consideration is made about the globalization of environmental issues, e.g. global warming and acid rain policies, stressing the need for countries in the developing world to assume a stronger commitment on the matter.
Key words:  environmentalism - global environmental crisis - Kyoto environmental commitment


De las muchas preocupaciones del hombre contemporáneo la del medio ambiente figura entre las más apremiantes y generalizadas. El hombre del común,  es decir, todo el mundo, habla de esto con la naturalidad con la que se refiere al alto costo de los servicios, a los resultados del deporte nacional preferido en la competencia internacional más reciente, o al chisme político del momento. En el caso del medio ambiente, el examen y explicación de los efectos de la acción humana sobre el entorno natural, y las proyecciones de cambios malsanos a plazo no muy largo, ya no son solo cuestiones del exclusivo interés académico de una minoría especializada.

A través del tiempo, muchos filósofos y naturalistas, geógrafos y otros, dedicaron parte importante de sus esfuerzos intelectuales a pensar sobre estas cosas. Evaluar, de una manera u otra, las relaciones de la sociedad humana con la naturaleza es algo que se inicia desde épocas inmemoriales. Si se quiere ahondar sobre la dimensión histórica de esta preocupación, una buena referencia para eruditos es el seminal estudio de Glacken (1967), afortunadamente ya traducido al castellano (Glacken 1996), con un buen prólogo de Capel (1996). En muchos casos, la discusión sobre la relación hombre-naturaleza se planteó en términos de una dicotomía excluyente, por no decir antagónica. Por el contrario, en otros contextos culturales, como ocurre entre los chinos y muchos aborígenes americanos, el hombre es considerado apenas una parte del complejo holístico llamado “naturaleza”, o cuando más, en razón de su capacidad cultural, el tenedor de una mayordomía de la que se espera buen cuido. Por supuesto, también se presentó el ocasional extremismo determinista, en cierta manera explicable en los tiempos ya lejanos en los que la tecnología no había alcanzado a infligir al mundo los traumas que hoy observamos, deliberados o como secuelas imprevistas. Una literatura interesante mas no tan copiosa, aparecería gradualmente hasta alcanzar su cúspide en  el memorable compendio del seminario organizado por Sauer hace 50 años (Thomas 1956).  Desde entonces, la producción bibliográfica sobre ecología – biológica, humana, cultural, ahora política – especialmente la generada desde los años 70, ha crecido exponencialmente, en proporción al ritmo que lleva la preocupación por la crisis ambiental, actual o proyectada en dimensión realista.

Sin embargo, una cosa es lo que se dice y se escribe sobre los problemas ambientales, actuales o potenciales, y otra lo que al respecto efectivamente se acomete en acciones curativas y/o preventivas. En términos generales, sabemos que esta problemática no puede enfrentarse de manera simplista y unilateral, sino desde ángulos, enfoques y agentes bien diversos y con desigual capacidad de acción, decisión y efectismo. Los científicos tienen su cuota importante que cumplir, lo mismo que la tecnología; la tienen los gobiernos y los legisladores que deben tomar las decisiones cruciales; los poderosos del entorno doméstico y global de la economía; los educadores que deben enseñar al niño y al adolescente unas normas mínimas de la urbanidad geográfica; los políticos y pensadores que pueden alborotar el cotarro social por la temática ecológica; el ambientalista, en fin, ese cruzado de definición inasible pero que cada vez se intuye más como el símbolo de intereses, a la vez encontrados y salvadores. Todos sabemos que a diario contribuimos nuestra cuota letal para envenenarnos o para expoliar nuestra despensa finita, pero no estamos dispuestos a boicotear  durante unos cuantos minutos diarios a los motores de gasolina que nos movilizan, a veces innecesariamente, o a dejar de mirar estupideces en la TV para ahorrar energía, y menos a dejar de desperdiciar agua potable, o restringir el consumo de dietas paquidérmicas que no solo presionan por una agricultura tragona de insumos, sino afean la figura y recortan – menos mal! – las permanencias individuales en la agobiada Tierra.

Pero si en algo parece haber acuerdo es en que para cortar procesos globales de proyecciones catastróficas, como los que conducen al cambio climático, se necesitan acciones políticas y gubernamentales mayores. Tal vez es en Estados Unidos de América en donde se dan todas las contradicciones posibles en lo que concierne a la crisis ambiental. Es allí en donde están los científicos más capaces del mundo, que han alertado sobre los efectos del funcionamiento de una civilización basada en tecnologías de avanzada, pero a la postre perjudiciales, que la misma ciencia ayudó a desarrollar. Allí están los ambientalistas más activos, numerosos y bien financiados del mundo. Allí está el poder de todo tipo que puede decidir sobre cambios en el comportamiento de la sociedad, para aliviar o no la crisis global que ellos mismos ayudaron a generar. Allí está, en fin, la encarnación de la sociedad modelo, que debiera ser ya el principal socio de la empresa de manejo mundial concebida en Kyoto, pero que no ha querido comprometerse con sacrificios restrictivos que puedan lesionar a sus industriales. Lo irónico es que tal pasividad ocurre a sabiendas de que los efectos acumulados por una demora proteccionista nacional no excluirán a los habitantes norteamericanos de la catástrofe global que prevén las proyecciones de sus especialistas.

El informe Shellenberger-Nordhaus (2005), que ahora se conoce en español por nuestro intermedio, ha puesto de presente un aspecto adicional de la crisis que enfrenta el mundo, y es el poco efecto relativo que la acción de los ambientalistas norteamericanos ha tenido. Saben bien los autores de la trascendencia de esa circunstancia, no meramente en términos domésticos, sino más que todo en la proyección globalista de los resultados. El resto del mundo desarrollado marcha por la senda correcta, pero sin la participación de USA todo queda a medias, por no decir, en nada. La esperanza se mantiene, no porque los intereses particulares de grandes capitalistas estén dispuestos a cejar en sus posiciones egoístas, sino porque los primeros golpes del cambio climático pueden paradójicamente llegar a tocar de primeras a sus propias comunidades. El calentamiento global o la lluvia ácida pronto darán sus frutos ominosos. El caso del huracán Andrés – que ojalá sea solo una infortunada excepción – podría ser una campanada de alerta para que Washington DC se decida a escuchar a sus propios desconcertados analistas.

De otra parte, el mundo subdesarrollado tampoco debe dormirse con el pretexto de que si los poderosos no hacen mayor cosa para conjurar la crisis ambiental, de nada sirve que otros lo intenten. Aquí también reinan las contradicciones. Si en USA el problema es que no hay legislación, en el tercer mundo ésta sobra, pero suele ser inocua. Sobran también los ministerios del medio ambiente, que si bien sirven para abrir cuotas burocráticas nuevas a los políticos, se ahogan en ineficiencia. La inconstancia en los programas de recuperación o prevención ambiental puede verse reflejada hasta en los frecuentes cambios de nombre de las agencias encargadas de ejecutar políticas gubernamentales sobre la materia. La otra contradicción es la escasa intervención del sector privado en el debate ambiental y en la actividad conservacionista, frente a la gran proliferación de acciones universitarias, orientadas no al ejercicio ambientalista directo contra los problemas, sino a la creación de escuelas de ingeniería ambiental y similares para graduar miles y miles de profesionales en estas nuevas especialidades. Pronto estos van a igualar en número y en frustración a economistas y abogados, en tanto que la investigación aplicada seria sobre diversas facetas del problema parece tener muy poco atractivo para las administraciones universitarias.

Debe reconocerse la existencia de organismos de defensa ambiental excepcionales, que lo son no tanto porque exhiban una dimensión de proporciones de gestión y magnitud estructural comparables a algunas entidades de similar propósito que operan en el Viejo Mundo, sino por su singular bondad dentro de nuestro modesto entorno ambientalista. Y en cada país la opinión pública de seguro identificará a uno o dos voceros apasionados de la suerte de entornos no hace mucho casi idílicos, ahora en penoso deterioro. Se dicen y se escriben cosas sobre todo esto, y algo práctico también se acomete. Pero aún a riesgo de que se nos tilde de pesimistas y aves de mal agüero, debe notarse que seguimos en pañales en términos de manejo y recuperación ambiental. Aún falta mucho por atender de manera responsable y decididamente constante. La construcción de un futuro común que, nos guste o no, es globalizado, fue propuesta desde 1987 a través de un documento conocido como Informe Brundtland (Comisión Mundial del Medio Ambiente1988). La proposición con olor a utopía de un desarrollo sostenible para la humanidad, aunque esperanzadora, sigue haciendo parte de la agenda de lo inconcluso, para armonizar y regular la relación de conflicto entre hombre y planeta Tierra.

Ojalá la publicación de “La muerte del ambientalismo” genere también en el mundo subdesarrollado algún tipo de consideración y debate. En América Latina, en particular, los sectores cultos de la sociedad siempre han sido afectos a asumir la defensa de causas en riesgo. Pudiera ser que la del medio ambiente – que es como decir la causa de la supervivencia del género Homo por unos millones de años más  –  atraiga la atención de grupos de interés participativo y de investigación. Cierto es que sobre estas cuestiones dependemos en mucho de lo que decidan los poderosos que reinan en el mundo económico rico; pero a nivel local y nacional también es bien significativo lo que, proporcionalmente, puede acometerse. Es nada menos que la causa del hombre, reiteramos, ahora ubicado en la categoría de especie amenazada. A esa especie, todos a una, hemos de contribuir a su defensa. A defendernos.


Referencias

Capel, Horacio. 1996.   Clarence J. Glacken (1909-1989)   [Introducción].  En:  Huellas  en la playa de Rodas.  Naturaleza y cultura en el pensamiento occidental,  desde  la  Antigüedad  al  siglo XVIII, por Clarence C. Glacken, trad. de J. C. García Borrón (Barcelona, Ediciones del Serbal), 9-25. [Hay una versión web del escrito de Capel en  Scripta Vetera de Geo Críticahttp://www.ub.es/geocrit/glacken.htm].

Comisión Mundial del Medio Ambiente. 1988. Nuestro futuro común [Informe Brundtland]. Bogotá, Editorial Colombiana y Colegio Verde de Villa de Leyva.

Glacken, Clarence J. 1967. Traces on the Rhodian shore: Nature and culture in western thought from ancient times to the end of the Eighteenth Century. Berkeley, The University of California Press.

Glacken, Clarence J. 1996. Huellas en la playa de Rodas: Naturaleza y cultura en el pensamiento occidental, desde la Antigüedad al siglo XVIII. Barcelona, Ediciones del Serbal (Traducción de J. C. García Borrón. 

Shellenberger, Michael, and Nordhaus, Ted. 2005. The death of environmentalism – Global warming politics in a post -environmental World.  Documento web, acceso 12 mayo, 2005:
http://www.grist.org/news/maindish/2005/01/13/doe-reprint/

Thomas, Jr., William L., ed. 1956. Man’s role in changing the face of the Earth. Chicago, The University of Chicago Press.


RESUMEN. La interacción hombre-naturaleza ya ha dejado de ser el tema de una discusión casi exclusivamente académica. Actualmente, en la medida en que el planeta se ha  afectado profundamente por la intervención humana, tanto el lego como el especialista se muestran preocupados por este asunto. En el artículo se hacen  comentarios sobre un informe recientemente publicado en EE.UU. – La muerte del ambientalismo – con ocasión de la traducción del trabajo al español y su publicación en este mismo número de GeoTrópico. Se hacen consideraciones adicionales sobre la globalización de los problemas ambientales, e.g. las políticas sobre calentamiento global y lluvia ácida, al tiempo que se enfatiza la necesidad de que los países del mundo en desarrollo asuman compromisos más serios en la materia.

Epígrafesambientalismo  --  crisis ambiental global  --  compromiso ambiental de Kyoto


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Correspondencia: Dr. Héctor F. Rucinque, Geógrafos & Asociados, Apartado 84977, Bogotá DC, Colombia
hrucin@cable.net.co


Forma de citar este artículo:
Suggested citation

Rucinque, Héctor F. 2005. Ambientalismo [Editorial]. GeoTrópico, vol. 3 (1), documento web, acceso ------- [escriba la fecha de consulta] ------: www.geotropico.org/3_1_Editorial.html



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