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ISSN 1692-0791
Volumen 2 - Número 1 - Julio, 2004
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Recensiones  -  Reseña de Libros
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El trabajo de campo en geografía: Una visión desde el Norte [Fieldwork in geography: A view from the North].  Dydia DeLyser,  and Paul F. Starrs, eds. 2001. Doing fieldwork. Geographical Review, vol. 91, N° 1-2.

Reseñado por José J. Rojas-López, Escuela de Geografía, Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela.     

Remitido: Enero, 2004         Versión PDF
Aceptado: Abril, 2004


Abstract. Doing Fieldwork, a special issue of the Geographical Review (vol.91, No.1-2, 2001),  in 56 short essays reveals the importance of fieldwork in American geography, a tradition  that was particularly strong in the Sauerian school at Berkeley. Field experiences in foreign countries declined as such as theoretical research increased and  remote sensing techniques were developed. However, during the last decades of the twentieth century humanistic geography sent geographers back  to the field, now to apply qualitative methods developed in the social sciences. These essays describe rather dissimilar experiences of researchers in the field, as they interacted with people and environments of different cultures. Several questions are raised about the subjective world of individuals when an  understanding is attempted within  the range of diversity in the spatial contexts where the field work was conducted.

Key words: fieldwork, living experience, sensing place


  Doing Fieldwork fue publicado en conmemoración del sesquicentenario de la fundación de The American Geographical Society, la más antigua organización geográfica de los Estados Unidos. Cincuenta y seis artículos breves, más la introducción de los editores, componen un texto de más de quinientas páginas dedicadas a un tema tradicional de la geografía: el trabajo de campo. Sin embargo, el tratamiento del tema está bastante lejos de ser tradicional.
  Este volumen no está referido como cabría suponer, por la inercia de significado de su título, a una colección de ensayos seleccionados sobre uso de la tierra, geomorfología, recursos naturales o geografía rural, sino que recoge las experiencias de campo de los autores según una visión de la geografía humanística que ha tomado gran importancia recientemente en los Estados Unidos. Se trata de un conjunto sumamente variado de experiencias personales, en su gran mayoría de autores norteamericanos, en trabajos de campo realizados en diversos lugares del mundo: América Latina, Asia, el Caribe, Europa, África y América del Norte. Narran sus vivencias y circunstancias, desde profesores eméritos hasta estudiantes de postgrado. Por ello, se encuentran a lo largo del texto, reflexiones metodológicas, narraciones, vivencias, instrucciones, anécdotas, que se reflejan en títulos sugestivos como: “Sin conejos muertos”, “Cuando la luz se apaga”, “La bondad de los extranjeros”, “Historias orales y verdades parciales en México”, “Cuál verdad? Política cultural y vodka en la Rusia rural”, “Geografía disfrazada”, entre otros, para referirse al cómo fueron hechos y al cómo se deberían hacer trabajos de campo con la gente en contextos geográficos particulares.
Las críticas que emergen desde el postmodernismo y el postestructuralismo desafían la objetividad de las ciencias sociales, y por ende de la geografía, y alejan el trabajo de campo de teorías, hipótesis, discursos ideológicos, experimentos y mediciones. El interés se vuelca hacia los sentimientos, imágenes, percepciones e impresiones que se retienen en los lugares en el contexto de una cultura dominante.
  Desde esta nueva visión, luce oportuno recorrer brevemente la trayectoria histórica de los estudios de campo en geografía, a objeto de situar en perspectiva el trabajo que hoy comentamos.

La geografia en el terreno

  La institucionalización académica de la geografía durante el último tercio del siglo XIX estuvo exageradamente influida por el notable desarrollo de las ciencias naturales en las universidades alemanas. La descripción y clasificación de los medios naturales hizo indispensable los métodos de campo de la geología y la botánica. Por esta razón, muy pocas veces fue necesario interactuar con las sociedades locales y sus culturas. Pero cuando se hizo insostenible explicar las relaciones entre los hombres y sus ambientes a través de las determinaciones de éstos sobre aquellos, se comenzó a entender la capacidad transformadora de los grupos humanos en la creación de paisajes y regiones. Esas relaciones pasaron a ser estudiadas con la observación directa en el campo y el registro de las transformaciones del medio, por la acción de las sociedades, en mapas originales. La descripción e interpretación de la individualidad de las áreas fue el estándar académico del método  geográfico, aun cuando el medio natural se siguió entendiendo como medio geográfico. De esta manera, el posibilismo regional francés de principios del siglo XX no pudo desligarse totalmente de la tesis determinista  alemana. Así, el medio ratzeliano y la región hettneriana fueron conceptos claves en la geografía moderna hasta el primer tercio del siglo XX.
  En los Estados Unidos, los primeros departamentos de geografía se originaron en los de geología. La teoría de los ciclos naturales de W. M. Davies en Harvard, impactó en la metodología de la geografía en las primeras décadas del siglo. En 1903 se funda el primer departamento independiente de geografía en Chicago y desde allí W. Jones y C. Sauer inician la sistematización de los trabajos de campo orientados hacia la geografía cultural. En la década de 1920 se afianza el trabajo de campo basado en la búsqueda de las transformaciones culturales de los medios naturales locales y regionales, bajo la influencia de C. Sauer desde la Universidad de California-Berkeley.
  Después de la II Guerra Mundial, ocurre un desplazamiento importante hacia los estudios culturales en el extranjero. Por ejemplo, Mathewson (2001: 217) indica que entre 1923 y 1973, la Universidad de California otorgó 104 doctorados en geografía, 60% de ellos relacionados con temas de países extranjeros.
  El interés por  otras tierras, culturas y sociedades, incluyó especialmente a la América Latina donde, al igual que pensaron los  geógrafos franceses y alemanes, se encontraba un fértil terreno de prueba para las disertaciones doctorales e investigaciones originales. La geografía histórica y cultural, las huellas precolombinas y coloniales, los estudios campesinos y el uso rural de la tierra dominaron el trabajo de campo en esa época (Parsons, 1973).
  La entusiasta aceptación  de estos enfoques llevó a R. Platt (1959) a compilar las teorías y los métodos del trabajo de campo, en una selección de modelos básicos de este tipo de estudio en la geografía. Coincide este momento con el debate académico de la “nueva geografía” que ganaba espacio entre la comunidad de los geógrafos, bajo la influencia del neopositivismo, la automatización de la información y el lenguaje de las ciencias formales.

Declinación del trabajo de campo

  El trabajo de campo fue un proceso de investigación esencial en el estudio geográfico de áreas, paisajes y regiones. Como ciencia de los lugares, la geografía estaba notablemente asociada al reconocimiento del terreno. La combinación territorial de múltiples fenómenos heterogéneos, hacía de esos lugares entidades únicas, singulares, y por tanto irrepetibles. En consecuencia, como lugares únicos las regiones no podían explicarse mediante formulaciones generales o leyes. Schaefer (1953) es uno de los primeros en afirmar que la geografía debía concebirse como la ciencia que formula las leyes que rigen la distribución espacial de ciertas características de la superficie terrestre. En pocas palabras, las leyes de la organización espacial. Por el contrario, la unicidad regional le conferiría a la geografía un carácter meramente descriptivo, idiográfico, no científico.
  Finalizando la década de 1960, la geografía “teórica -locacional” se consolida en el medio académico y se despliega un intenso movimiento por la búsqueda y adopción de teorías, leyes y generalizaciones de índole espacial, mayormente vinculadas a las ciencias sociales y económicas. El espacio territorial de la geografía tradicional es substituido por  modelos y espacios abstractos. Los patrones de uso de la tierra, por ejemplo, típicos estudios de campo de la geografía tradicional, son abordados ahora con modelos de toma de decisiones y de renta-distancia (Found ,1971).
  Al mismo tiempo, los nuevos métodos de adquirir y procesar información de la superficie terrestre, particularmente los métodos de teledetección y los sistemas de información geográfica, revalorizan los estudios regionales de organización espacial, pero con cada vez menores necesidades de las observaciones directas en el campo.
  La corriente teórica fue, muy pronto, objeto de críticas substantivas, paradójicamente de algunos de sus principales exponentes, debido a la derivación acrítica de teorías de las ciencias sociales, la profusión mecanicista de los métodos cuantitativos pero, sobretodo, por la irrelevancia social de sus resultados. Se había dejado atrás una geografía tradicional de campo sin teorías y ahora se cuestionaba una geografía teórica socialmente irrelevante.
  Los críticos del “neopositivismo geográfico” impulsan una geografía social de carácter radical, fundamentada en la lectura de los textos de Marx e inspirada en los nuevos movimientos sociales por la justicia, la libertad, la equidad y el ambiente. La espacialidad de la sociedad pasa a un segundo plano, pues se prioriza el modo de producción y la organización social. El espacio-territorio de los regionalistas y el espacio-geométrico de los neopositivistas son reemplazados por el espacio-capital, es decir, una noción de espacio socialmente producido. Al ser el espacio geográfico un producto social, la organización interna de la sociedad, más que su territorialidad, ocupa el primer plano del análisis. La nueva geografía social previene en contra de un campo de estudio espacial que promueva generalizaciones, independientemente de la naturaleza de los fenómenos, pues ello supondría reconocer una autonomía de lo espacial con su propia lógica. En otras palabras, se trataba de evitar la identificación de isomorfismos espaciales entre fenómenos físicos, químicos, biológicos, sociales y económicos.

De regreso al campo. El espacio vivido

   El movimiento social-radical posibilitó la emergencia de otro movimiento anti-positivista entre los geógrafos norteamericanos con la llamada geografía humanista, inspirada en las corrientes fenomenológicas y existencialistas, en la década de 1980. El cuestionamiento de la realidad misma tomó cuerpo en esta corriente y comenzó a discutirse el desgaste de la percepción del tiempo y la distancia con el agotamiento de la modernidad.
   La valoración de la conciencia como conjunto de experiencias vividas por el sujeto, y de la existencia individual como tiempo de acciones y decisiones, constituyen frentes de atención de este enfoque que sigue alejando a la geografía del viejo sistema de ciencias de la tierra. Se privilegian los significados, valores y propósitos de las acciones humanas, y el cómo estos atributos crean un espacio vivido a partir de un espacio concreto. En palabras de Capel (1981:443) “... los hombres no se mueven en un espacio en abstracto, sino en un espacio concreto y personal, que es un espacio vivido, mentalmente modelado por la experiencia”. De este modo, se asiste a un regreso hacia el concepto de lugar como ámbito de la existencia real y de las experiencias vividas y, por consiguiente, inmerso en una cultura. La reivindicación de los lugares y de los paisajes en el contexto de una cultura del espacio, hace del hombre el centro de la reflexión geográfica.
  Frente al espacio-territorio, al espacio-geométrico, al espacio-capital, la geografía humanista postula el espacio vivido. El viejo concepto vidaliano es revalorizado a partir del mundo de las experiencias de sus habitantes. Ya no es solo el lugar físico-natural, el substrato ecológico, es sobretodo el valor que los individuos le otorgan. Si se quiere, un rescate del regionalismo bajo la sensibilidad posmodernista. En este sentido, se ha dicho que el posmodernismo con sus críticas al racionalismo positivo y la aceptación del valor de las diferencias ha venido a replantear el discurso geográfico del regionalismo y del paisaje (Ortega-Valcárcel ,2000:261 ).
   Doing Fieldwork se inscribe en la corriente humanista porque ilustra bien las experiencias de sus autores con distintas gentes en diferentes lugares del mundo. Como lo señala Yi-Fu Tuan (2001:43) en el mismo texto: “ Experiencia es una palabra clave en el léxico del geógrafo humanista..... es simplemente como aprehender la realidad a través de todos los sentidos y la mente.” Esa heterogénea realidad es revelada de distintas formas por los autores de este volumen mediante cincuenta y seis narraciones cortas extraídas de sus vivencias como extranjeros que intentaban comprender a otras gentes en sus propios lugares. Vale la pena resaltar las posiciones críticas expuestas, relacionadas con la ética, la responsabilidad y reciprocidad, los juicios de valor y las conductas de los geógrafos en el campo. Llaman la atención las “normas ingenuas”del geógrafo de Beverly Hills contenidas en el syllabus de Nietschmann (2001:183-184) ¿Dónde queda la propiedad intelectual de la información y los conocimientos aportados por los informantes en el campo? La academia juzga la confiabilidad de la información y aún la calidad de los informantes, pero éstos no tienen manera de juzgar los resultados de las investigaciones: ¿Qué es mala práctica en geografía? ¿Por qué el empeño de reducir la diversidad ecológica y cultural a una base de datos para un solo sistema de conocimientos? ¿Por qué los informantes son en su mayoría pobres y desconocidos y no ricos y famosos?  Son algunas de las preguntas que, no sin cierta ironía, responde Nietschmann en su breviario.
  Doing Fieldwork llama a revitalizar el trabajo de campo desde la perspectiva de los métodos cualitativos fenomenológicos, etnográficos, investigación-acción, historias de vida, observación participante. De hecho, el trabajo de campo en su diseño tradicional ha declinado ostensiblemente en la geografía norteamericana. Las preocupaciones teóricas, la emergencia de la geografía social, la disponibilidad de fuentes de información en registros oficiales y privados, las entrevistas por medios telefónicos y postales, el refinamiento de los métodos de teledetección, han alejado del campo a la geografía. Pero simultáneamente se han redescubierto los valores culturales, sociales y ambientales de los lugares en que vive la gente, y esta información generalmente no se puede cuantificar o no se puede observar en imágenes de satélite. En pocas palabras, sólo está disponible en el campo. Por ello la geografía humanista ha devuelto los geógrafos al campo, a comprender la sensibilidad de los espacios y compartir las vivencias de la gente.

¿Quiénes son los otros?

  La  mayor parte de los sesenta y cinco autores que escriben Doing Fieldwork rastrean, con distinta intensidad, alguna respuesta a este interrogante. Aunque no podemos citar, en esta reseña, una a una sus disímiles maneras de aproximación al reconocimiento del complejo de relaciones acopladas entre individuos, grupos y lugares, radicalmente diferentes  —“géneros de vida” en la terminología de Sorre (1967)— el común denominador se refiere a tratar de aprender de los otros para entenderlos y entendernos mejor (Delyser y Starrs, 2001: vii). Esta búsqueda devela las propias carencias del yo-geógrafo para reconocerse en la conducta de los otros, de los observados en el campo.
  Desde la filosofía Krebs (en prensa) continúa la discusión en torno al lenguaje como proyección vivencial para la interpretación del otro. Pero no es el lenguaje como instrumento el que más interesa, sino su cuadro contextual en el que participan atributos como la gestualidad expresiva, la cadencia sonora y la raíz instintiva. En Doing Fieldwork, Gade (2001:379) cierra su ensayo citando que los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro propio mundo. El lenguaje, entonces, nos ofrece un sentido de pertenencia que se vuelve crucial en el proceso de interpretación de las vidas y los espacios de los otros.
  Pero no se puede disociar la pertenencia de la permanencia en un lugar. Nos referimos a ese tiempo de inmersión durante el cual nos impregnamos de la cultura local. La conspicua ausencia de estas dos condiciones nos hace dudar de los análisis que se hacen de culturas “extrañas”, durante cortas estancias, con la mediación de intérpretes locales.
   Escuchar, oír y ver al otro debe suponer una aproximación libre que me acerque lo más posible a su lugar y a su propia lógica de vida, condiciones que me son ajenas y que no podrían ser cabalmente interpretadas con mis propios criterios del saber. Ello implica necesariamente explorar una apertura hacia otra dimensión de la existencia y la comunicación humana que evite proyectar sobre los otros mis propios criterios (Krebs, ob.cit.).
  La lectura de Doing Fieldwork nos permite reflexionar ampliamente sobre este punto desde una perspectiva crítica. Los sistemas de producción alimentarios de los quechuas vienen al caso porque pueden entenderse como espacios vividos de los Andes centrales. Recordemos su destacada diversidad ecológica, de lenguas y formas de vida. Trasladémonos al terreno con el equipo de campo y los cuestionarios de rigor. Ubiquemos un guía-traductor y comencemos el estudio. Durante un tiempo, digamos tres meses (estación de verano) recorremos las tierras, observamos sus prácticas agrícolas, grabamos lo que dicen, filmamos lo que hacen, llenamos los cuestionarios, entrevistamos a informantes claves —generalmente funcionarios— y asistimos a las fiestas religiosas. Posteriormente regresamos al Norte, organizamos el material recolectado, retomamos la bibliografía y refinamos nuestro marco teórico. Finalmente escribimos un ensayo científico. Hemos interpretado un sistema quechua con una teoría occidental de los países avanzados. No obstante las dudas no se disipan: ¿Fueron traducidos cabalmente los códigos polivalentes de su lenguaje? ¿Fueron transferidas, realmente, sus experiencias vividas? ¿Percibimos adecuadamente la morfología del paisaje? ¿Captamos los significados no-agrícolas de los trabajos de la tierra?
   Los geógrafos se enfrentan, entonces, a una especie de indeterminación de la otredad que los obliga a despojarse de sus “reglas del espacio”, aprendidas y aprehendidas en su carrera académica, y a disponerse a educarse en el mundo subjetivo de los otros. Muchos trabajos se han adelantado en el campo de la percepción ambiental (Wettstein, Rojas-López, Valbuena,1976) y Doing Fieldwork contribuye a definir nuestras limitaciones y también nuestros alcances para crear espacios de interpretación común que permitan compartir la vida. La geografía humanista puede participar en la construcción de un mundo menos extraño y menos difícil para la existencia humana. Amén.


Resumen. En esta nota se revisa una colección de ensayos cortos sobre las experiencias en   trabajos de campo de una mayoría de geógrafos norte-americanos en diversos países del mundo. Han sido editados en un volumen especial de Geographical Review (vol 91,n 1-2, 2001) bajo el título genérico de “Haciendo Trabajos de Campo”. Después del auge de la tradición de campo con la escuela del paisaje, impulsada por Sauer desde la década de 1920, se asiste a una progresiva declinación de este tipo de estudios a medida que gana espacio la geografía teórica neopositivista de mediados de siglo y se incorporan métodos más refinados de teledetección. La emergencia de la geografía humanista en la década de 1980 revive los trabajos de campo pero, en esta ocasión,  en el contexto de los métodos cualitativos, principalmente fenomenológicos y etnográficos. Los ensayos que comentamos narran las disímiles experiencias vividas por los autores con gentes y ambientes ajenos a su cultura y los múltiples interrogantes que plantea el mundo subjetivo de los individuos para entender la diversidad de los espacios vividos.

Epígrafes: trabajo de campo, experiencias vividas, espacios sentidos


Referencias citadas

Capel, Horacio. 1981. Filosofía y ciencia en la geografía contemporánea. Barcelona, Barcanova.

Delyser, D. y Starrs, P. 2001. Doing fieldwork: Editor's Introduction. Geographical Review, 91(1-2): iv-viii.

Gade, D. The languages of foreign field. Geographical Review, 91(1-2):370-379.

Found, W.1971. A theoretical approach to rural land-use patterns. New York, St Martin’s Press.

Krebs, V. Interpretando al otro: imperialismo conceptual y relativismo como síntomas. En: L.E. Hoyos y J.J. Botero, eds., Racionalidad y relativismo. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia (en prensa).

Mathewson, K. 2001. Between “in camp” and “out of bounds”: Notes on the history of fieldwork in American geography. Geographical Review, 91(1-2): 215-224.

Nietschmann, B. 2001. The Nietschmann syllabus: a vision of the field. Geographical Review, 91(1-2): 175-184.

Ortega-Valcárcel, J. 2OOO. Los horizontes de la geografía. Barcelona, Editorial  Ariel.

Parsons, J. 1973. Latin America. En: M. Mikesell, ed., Geographers abroad (Chicago, University of Chicago, Research Paper No 152), 16-46.

Platt, R.1959. Field study in American geography: The development of theory and method exemplified by selections. Chicago, University of Chicago, Research Paper No.61.

Schaefer, F. 1953. Exceptionalism in geography: a methodological examination. Annals of the Association of American Geographers, 43: 226-249.

Sorre, M.1967. El hombre en la tierra. Barcelona, Editorial Labor.

Tuan,Yi-Fu. 2001. Life as a field trip. Geographical Review, 91(1-2): 41-45.

Wettstein, G; Rojas López, J. y Valbuena, J. 1976. La percepción en geografía. Cuadernos de la Escuela de Geografía, No.49 [Mérida, Venezuela].


Correspondencia: Prof. José J. Rojas-López, Escuela de Geografía, Universidad de Los Andes. Mérida, Venezuela.  jrojaslopez@hotmail.com
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